La Purificadora de Almas

La Purificadora de Almas / Víctor M.M.

01
En busca del paladín

Los primeros deshielos habían empezado en las cumbres de la Sierpe Helada. El invierno tocaba los últimos compases de su fría melodía, y la primavera asomaba tímidamente para hacer acto de presencia. En efecto, la temporada más cruda había pasado, pero a lo largo del año, en la Sierpe Helada pocas eran las jornadas en las que el frío glacial no reinara en sus dominios. Y aquel día no era una excepción.
Entre las infinitas lomas blancas y escarpadas, bajo un viento infernalmente frío, una mancha oscura vulneraba la inmaculada homogeneidad del paisaje. Era tan insignificante como una hoja flotando sobre las aguas del mar, pero allí estaba la solitaria figura desafiando al infinito océano de nieve. No obstante, aquel osado, apenas resguardado bajo sus pieles y manto, continuaba resistiendo las brutales embestidas del viento gélido. En uno de aquellos pasos, entre tantos otros sobre la nieve, le hicieron resbalar, cayendo de bruces contra la espesa capa helada. Allí, acurrucado y abatido, estuvo unos instantes inmóvil. Un turbio pensamiento empañó su mente. Podría rendirse y olvidarlo todo; quedarse para siempre en alguno de aquellos poblados tan acogedores que había encontrado en su camino. ¡Cuántas veces lo había pensado! Pero abandonar ahora, después de tanto tiempo y sufrimiento...
Era en esos momentos, en los que la voluntad torturada por los acontecimientos está más débil que nunca, cuando ponía todo su empeño en recordarse a sí mismo cuál era su misión. Desde luego, el haber llegado hasta allí, en medio de un sinfín de riscos, peñas, lomas y llanuras interminablemente blancas, no había sido mero capricho. No se trataba de un viaje de placer. Tampoco le habían obligado a ello. Ni siquiera se había perdido. Estaba allí por su propia voluntad, y aunque ésta se resquebrajara en momentos tan duros como aquél, sabía que tenía una misión que cumplir, y que esa misión era más importante que su sufrimiento.
Incluso que su vida.

01. En busca del paladín

La Purificadora de Almas / Víctor M.M.

Cuando recordaba con añoranza a su mujer y a su hijo sabía entonces que merecía la pena luchar hasta el final. Pensaba intensamente en ellos cuando requería sacar fuerzas de flaqueza y poder así continuar. Cualquier otro se hubiera rendido en aquellas circunstancias; cualquiera que tuviese un mínimo instinto de supervivencia. Pero más allá de su suerte, le importaba lo que le pudiese ocurrir no sólo a su familia, sino también a todos los demás que había dejado atrás. Era crudo aceptarlo, pero todo el reino podía depender de él.
Sacó un mapa. Sus dedos engarrotados y temblorosos lo desplegaron torpemente y llegó a mantenerlo firme el tiempo suficiente como para reconocer dónde se encontraba. En efecto, miró hacia el oeste, pendiente abajo, y aunque un mar de niebla le obstaculizaba parte de la visión, creyó que iba en la dirección correcta. Hacia allí debía de encontrarse Smethbrokshûrm, uno de los poblados más grandes de la Sierpe, pues era de los pocos digno de aparecer en un mapa. Muchos otros, eran aldeas que sobrevivían en la Sierpe al margen de los demás y muchos ignoraban hasta su mera existencia. No era el caso de Smethbrokshûrm, poblado impronunciable para los foráneos, que debía su nombre a la cima Drah-Smeth.
Observó atónito dirección abajo. Las nubes parecían nacer desde sus propios pies y condensarse más a medida que éstas, como imitando algún rebaño etéreo, pacían bajando la pendiente. El sol se estaba poniendo ya, y su pálido resplandor que le servía de guía pronto se apagaría. No podía demorarse por más tiempo. Cuando el sol no estuviera presente, el frío y la oscuridad le atraparían en su mortal abrazo. Sacó una vez más fuerzas de donde no había, y armándose de coraje, se levantó de nuevo continuando su camino a pasos acelerados. El tiempo siempre era vital para su misión, pero si ahora cometía el error de demorarse, podría costarle la vida.
Drónegar anduvo mucho descendiendo por la pendiente mientras la oscuridad doblegaba a la luz de forma aplastante. El desnivel crecía, pero eso no ayudó demasiado al sirviente de Emerthed, pues se requería mucho esfuerzo para frenarse y no caer o resbalar. A algún ciudadano de Tharlagord le hubiese sonado a broma, pero Drónegar, en aquellos momentos hubiera preferido estar subiendo aquella pendiente antes que bajarla. En aquellos momentos, el agotamiento era preocupante y el frío traicionero que viajaba en alas de un viento que cortaba como un cuchillo lo era todavía más. Sus cansadas y agarrotadas extremidades no pudieron esta vez evitar el temido paso en falso. Drónegar resbaló y cayó dando tumbos, rodando irremediablemente hacia abajo. Intentó frenarse de mil formas: abriendo sus extremidades, intentando agarrarse de algún arbusto o frenarse con los pies. Pero las fuerzas de la naturaleza parecían dispuestas a impedir que Drónegar cumpliera el cometido que hasta allí, tan lejos de su hogar, le había llevado.
Su cuerpo entumecido volvió a recordarle lo fácil que sería desistir de todo; dejarse llevar y morir de una vez. Pero había llegado demasiado lejos como para rendirse ahora. Demasiado. A medida que descendía, la vegetación aumentaba paulatinamente, y algún que otro árbol se le interponía en su mortal caída. Puso los pies por delante para detenerse en el tronco de uno, pero en aquellas circunstancias no pudo controlar la situación y lo único que consiguió fue frenarse bastante, que no fue poca suerte. Su velocidad disminuyó y echó mano de un arbusto que pasaba por su lado. Algunas ramas se le quedaron entre los dedos; otras, le provocaron cortes y rasguños muy desagradables. Aquello también le frenó, pero tampoco lo suficiente como para detenerse. La pendiente se suavizo y Drónegar continuó con su, ahora más moderado, descenso y, con mucha menos niebla que antes por delante, vio a lo lejos unas oscuras construcciones que contrastaban con el desierto blanco de la montaña. No podía tratarse de otra cosa que no fuera Smethbrokshûrm, y aunque no lo fuera, aquel poblado siempre sería mejor que seguir en la despiadada montaña. Estaba salvado. Aquella visión le dio ánimos y se permitió el lujo de sonreír mientras continuaba deslizándose.
Pero pronto se le borró la sonrisa al comprobar que, a sus pies, el suelo había desaparecido repentinamente. Un grito salió de su helada garganta y cayó al vacío. No fue una caída mortal, porque la altura fue escasa y la espesa capa de nieve virgen amortiguó parte del choque contra el suelo. Su cuerpo se quedó esta vez inmóvil.
Drónegar, magullado y abatido levantó la mirada y lo vio allí, tan cerca. El poblado. Hizo un esfuerzo sobrehumano para levantarse, pero volvió a caer. El antebrazo le dolía horrores. Creyó tenerlo roto. Entendió que esta vez sería necesario algo más que su voluntad de hierro para seguir adelante. Su cuerpo dejó de responderle y cerró los ojos. La sensación de frío fue desapareciendo al mismo tiempo que se sumía en la oscuridad de sus recuerdos de Tharlagord.

01. En busca del paladín

La Purificadora de Almas / Víctor M.M.


§

Cuando despertó, Drónegar se encontró a sí mismo dentro de una enorme cama, sepultado bajo una montaña de mantas y pieles. La luz tenue de una candela iluminaba suavemente aquella habitación. Estaba en una especie de cabaña fabricada con madera de pino y piedra. Al intentar moverse, descubrió que todavía estaba débil, pero había dormido bastante y bajo techo. Agradeció en susurros a Arkalath. Apartó aquellas mantas y se puso en pie en dirección a la ventana. Una punzada aguda y dolorosa le atravesó el brazo izquierdo. Vio que lo tenía vendado y amarrado a una tablilla. Tenía puesto un camisón y reconoció sus ropas plegadas y secas encima de una mesa. De pronto sintió mareo y perdió el equilibrio. Se apoyó en una silla rústica, miró hacia abajo y el mareo se hizo patente. Vomitó. Cuando cesaron los espasmos, se sentó en aquella cama y esperó a ver cómo evolucionaba su estado.
Más tarde, cuando creyó recobrar la normalidad, se incorporó de nuevo, aunque esta vez con la precaución de no pisar sus propios vómitos. Se acercó hasta la ventana y apartó la espesa cortina. Había niebla, pero a juzgar por la luz que entraba, imaginó que era mediodía.

01. En busca del paladín

La Purificadora de Almas / Víctor M.M.

—¿Ha descansado bien, señor? —dijo una voz que entraba en esos momentos en la estancia.
Drónegar se volvió algo sobresaltado, y pudo ver la silueta de una mujer recortada a la luz que entraba por la puerta. Sabía que no era ella, pero deseó fervientemente que fuera su amada Dorianne.
—Gratamente —dijo finalmente, después de unos instantes de duda—. Muchas gracias por acogerme en su casa, señora.
—No hay de qué, viajero —dijo ella. Luego miró al suelo y vio los vómitos.
—Lo siento... —se disculpó Drónegar bastante avergonzado por la situación.
—No se preocupe, señor —le tranquilizó la mujer—. No tiene por qué excusarse un hombre que no es dueño de las reacciones de su cuerpo. Usted necesita recuperar fuerzas —le sugirió—. Túmbese de nuevo.
Drónegar no pudo negarse y se recostó sobre la cama. La mujer salió por la puerta y volvió a entrar poco después con unos utensilios de limpieza. Detrás de ella se asomaron dos pequeñas cabezas curioseando en el umbral de la habitación. Eran dos chavales de corta edad; un niño y una niña.
—¡Dhûriel y Mûniel! —exclamó la mujer—. No seáis niños entrometidos. Es de mala educación fisgonear en los asuntos de los demás.
Los chavales, al verse descubiertos por la mirada de aquel extraño, se marcharon correteando.
—Perdone su impertinencia, señor —le dijo la mujer a Drónegar—. No son más que unos niños.
—Usted lo ha dicho, señora. No son más que niños —le excusó él amablemente.

01. En busca del paladín

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§

Tras un baño reparador, Drónegar se colocó su jubón y sus ropas habituales, y pasó el resto de la tarde allí en aquella cabaña, en compañía de aquella mujer y de sus dos hijos. La mujer se llamaba Mûrmel, y cuando Drónegar tuvo hambre, ésta le preparó un estofado de buey que hizo las delicias del forastero. Mûrmel le explicó que su marido, el día anterior, justo antes del anochecer, mientras volvía de caza junto con otros habitantes de Smethbrokshûrm, le habían encontrado tendido sobre la nieve y decidieron recogerle y llevarle hasta su casa.
—La cacería de ayer no fue demasiado fructífera —le explicaba ella—. Apenas un venado a repartir entre doce hogares. Por eso, este mediodía han vuelto a salir —añadió—. Por si hubiera hoy mejor suerte.
En efecto, antes de que el sol se ocultara, volvió a casa Dûsmeth, su marido, algo cabizbajo. La caza había sido de nuevo pobre. No obstante, sus dos hijos corrieron hasta su padre y fueron a darle la bienvenida y corretearon junto a él. A Drónegar le pareció una escena enternecedora, y le transportó momentáneamente a un pasado lejano. Hacía tanto tiempo que no ocurrían cosas similares en Tharlagord...

01. En busca del paladín

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Durante la cena, Dûsmeth y Mûrmel le hablaron al forastero acerca de la dureza de la montaña, y de cómo el alimento parecía escasear cada vez más. Drónegar, por su parte, les dijo que él había sido un súbdito de confianza de Emerthed, Rey de Tharler, y que por aquellas tierras lejanas se había desatado una terrible y cruenta guerra. Sus anfitriones, que no entendían mucho de monarquías, al principio no le creyeron. ¿Cómo iban ellos a tener en su mesa al consejero de un rey? Porque aquello fue lo que entendieron, y Drónegar tampoco puso demasiado empeño en especificar que su papel en la Corte era meramente servicial. ¿Qué estaría buscando alguien como él allí, en las tierras altas de la Sierpe Helada, tan lejos del reino de Tharler?
—El deber que hasta aquí me ha llevado no es otro que encontrar al paladín de Tharlagord. Sólo él puede detener esta locura.
—¿Un paladín? —le preguntaron al unísono.
—¿Aquí? —preguntó esta vez en solitario Dûsmeth.
—Sabido es en todo el reino, que su nombre es Vallathir, y noticias tengo de que se encuentra por estas tierras altas.
Aquella familia no tenía demasiada idea de los asuntos de la realeza ni de los militares, pero sí que sabían que un paladín era una pieza clave en un reino. Si en verdad se había desatado una guerra, el rey, sin duda, dejaría a cargo del paladín la totalidad de su ejército.
—¿Y qué iba a hacer un paladín de Tharler por estas tierras, consejero Drónegar? —le preguntó el hombre.
—Su cometido aquí no es otro que completar su adiestramiento —explicó—. Lleva muchos años en ello. Está en su última fase.
—No lo entiendo. ¿Su adiestramiento como paladín le ha hecho venir hasta la Sierpe?
—Tal y como vos lo habéis deducido. Los paladines de Tharlagord deben desarrollar su formación física al tiempo que la espiritual. Allí en Tharlagord, se adiestra a todos los varones de sangre real para ello. Nuestro paladín tuvo a los mejores maestros, y sólo él fue capaz de superar todas las pruebas. Es por todos sabido que él era ya paladín en Tharler antes de partir, mas los monjes de Cristaldea le aconsejaron que para llegar hasta la perfección del paladín debería errar durante años por tierras no gobernadas y aprender del silencio, de la soledad y de la montaña. Sólo así podría distinguir entre el bien y el mal verdaderos y obrar siempre de forma justa y brillante. Ésta es una facultad que sólo Arkalath comparte con los paladines y monjes más preparados. Y como os digo, ahora que se ha desatado la guerra, mi reino le necesita.
—Es una historia asombrosa, Drónegar. Pero dime, ¿no crees que haya podido morir en la montaña? Ni siquiera nosotros nos atrevemos a pasar solos una noche fuera de nuestro poblado. Únicamente salimos de aquí en caravanas y campamentos, siempre compuestos por no pocos aldeanos y siguiendo rutas estrictas. No creo que un hombre solitario pueda sobrevivir durante tanto tiempo a la intemperie.
—Tiene que haber sobrevivido, señor. Tiene que haberlo hecho, o de lo contrario mi gente sufrirá las consecuencias de una guerra inevitable. Es la única opción que nos queda. Mi Rey Emerthed ha enloquecido y sólo Vallathir es capaz de hacerle entrar en razón.
—¿Tu rey enloquecido?
—Como lo oyen, señores míos, nos llevará al desastre a nuestro reino, al reino de Fedenord y quién sabe hasta dónde alcanzará la tragedia.
Aquello ensombreció los pensamientos de sus anfitriones, y hubo unos segundos de reflexión.
—¡Un momento! —exclamó de pronto Dûsmeth como recordando algo—. ¿No se tratará de un caballero blanco con armadura que galopa a lomos de un corcel también blanco?
—¡Por Arkalath que tiene que ser él! —dijo Drónegar levantándose de su silla sobresaltado—. Está bien claro que el color blanco simboliza la pureza y la neutralidad. ¿Acaso le han visto ustedes?
—Yo no lo he visto nunca, forastero, pero por estas tierras se le conoce como el matador de yetis.
—El matador de yetis... —murmuró Drónegar pensativo. ¿Sería posible?
—Cada vez más abundan los yetis por estos territorios —explicó—. Al parecer la carestía les afecta también a ellos y bajan hasta aquí para conseguir alimento. No les importa comerse nuestro ganado o a nosotros mismos. Hemos hecho cientos de batidas para acabar con esos monstruos de las nieves, y hace poco hemos encontrado algunos de ellos muertos y despellejados. Cierto día, un vecino nuestro aseguró ver a un caballero blanco cómo atravesaba con su espada a uno de esos horribles yetis. Según sus palabras, el misterioso caballero se subió a su montura y desapareció entre la niebla. Todo esto empezó hace sólo unas semanas, y el matador de yetis es ya toda una leyenda aquí.

01. En busca del paladín

La Purificadora de Almas / Víctor M.M.

Drónegar sopesó aquellas revelaciones. Un paladín debía ayudar a los desamparados e impartir justicia allá donde se encontrara. Si la región estaba amenazada por yetis, Vallathir ayudaría a los aldeanos, no tenía ninguna duda. Pero eso sí, manteniendo las distancias mientras le fuera posible.
—Es mi deber encontrarlo. Ahora no me cabe ninguna duda de que estoy muy cerca de mi señor.
—Está bien —dijo Dûsmeth resolutivo—. Hay preparada una batida para dentro de cinco días. Yo también iré a cazar yetis. Inscríbete en la lista y podrás acompañarnos. Se premia con una cabeza de ganado por cada piel de yeti recogida. ¿Me acompañarás, consejero?

Enfrentarse a peludos y gigantescos yetis no era precisamente lo que más le animaba a Drónegar a aceptar aquella invitación. De hecho le aterraba. Pero el temor se esfumó con la posibilidad de encontrar otra pista que le condujera hasta el paladín de Tharlagord. Así que no lo dudó ni por un instante.
—Arkalath sabe que no he recorrido todo este camino en balde. Me inscribiré.

01. En busca del paladín

“La Purificadora de Almas” y la portada del presente libro son obra de Víctor Martínez Martí y se encuentran bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/.

By Víctor Martínez Martí @endegal