La Purificadora de Almas

La Purificadora de Almas / Víctor M.M.

06
Un elfo entre enanos

» Las semillas del caos poco a poco fueron procurando el destino para el cual habían sido creadas. Todo parecía desarrollarse según lo previsto por las fuerzas del mal. No obstante, el puro azar hizo que una de ellas se apartara ligeramente del camino preestablecido. Ellos lo sabían porque, de algún modo, conocían los movimientos de cada semilla y los estragos que éstas provocaban. Pero no creyeron posible que aquella pequeña desviación alterara en lo más mínimo el curso de sus diabólicos planes, porque ellos mismos se regían por las leyes del caos, y según estas leyes, todo apuntaba a que la quinta semilla se reubicaría en breve en otro lugar donde pudiera expandir de nuevo su influencia y su nefasto poder. Debían dejar hacer al azar y al tiempo, y sobre todo, dejar que el poder de la quinta semilla hallara el mejor modo de eliminar el orden y la armonía que durante tantos años habían reinado en aquellas tierras. No vieron la necesidad de intervenir, y eso fue lo que dio un atisbo de esperanza a los amantes de la paz, aunque en su momento, ni ellos mismos lo sabían . . . «

Fragmento del Libro de las Revelaciones.


Al principio había dudado. Se vio claramente acorralado por los enanos, y cuando alzó la vista en dirección a la loma norte y vio la blanca silueta de Draugmithil, a punto estuvo de darle la señal al lobo plateado para que atacara. Así hubiera distraído a muchos de sus captores y hubiera tenido una mínima posibilidad de huir. Pero no lo hizo. No lo hizo porque vio una actitud extraña en los enanos que le perseguían por la retaguardia. Vio que dudaron, y que su expresión era de malicia más que de triunfo, que hubiera sido la reacción lógica después de acorralarlo. Sin embargo, los enanos que le esperaban al frente tenían una expresión bien distinta. No supo discernir a primera vista de qué se trataba, pero era distinta. Entonces se dio cuenta de que los enanos que tenía al frente no eran Pies de Hierro, sino que con toda probabilidad se trataba del clan de los Quiebrarrocas.
Tal vez debiera hablar con ellos. Tal vez se mostraran menos hostiles que los Pies de Hierro. Sí, después de todo, se dejaría prender por aquel nuevo clan. Iba a pasar, con toda seguridad, varios días más bajo túneles y cavernas, pero tenía la esperanza de que estos lo trataran como un fugitivo de los Pies de Hierro, o séase, como un aliado, no como un elfo. Aunque no eran enemigos declarados, entre estos dos clanes había pugnas, y ayudar a escapar a un prisionero que huía de los Pies de Hierro era un duro golpe moral. No habían luchado, sólo lo reclamaron como suyo. El elfo estaba ya en los territorios Quiebrarrocas, por lo tanto, les pertenecía por derecho.
Algoren’thel creyó que les convencería pronto de que lo dejaran salir de vez en cuando a tomar el aire y ver el sol y la luna. Y así fue en cierto modo. El primer día lo trataron de un modo muy similar a como lo hicieron los Pies de Hierro, pero fue cuando el elfo apodado como el Solitario les mencionó que sabía algo acerca de un plan de sus vecinos para apoderarse del Pico de Haîkkan cuando empezaron a tratarle con más respeto. No sin recelos escucharon su historia, pero al menos le concedieron el beneficio de la duda.
En un principio pidió hablar a solas con Ondyrk el Barbatosca, y aunque él mismo parecía un elfo indefenso, la guardia personal del jefe de los Quiebrarrocas hizo acto de presencia en la sala mientras Algoren’thel le relataba que el Cejijunto tenía una propuesta de los Pies de Hierro para traicionarles.
Cuando Ondyrk oyó estas revelaciones, quiso comprobar la veracidad de las palabras del elfo. Llamó a sus generales y consejeros de confianza y trazaron un plan. Dejarían sin vigilar el Pico de Haîkkan más tiempo del debido para ver la reacción de Urnnart.

06. Un elfo entre enanos

La Purificadora de Almas / Víctor M.M.


§

Urnnart el Cejijunto se vio un día más manejando el fabuloso pico que él había encontrado. ¡Sólo dos horas para usarlo! Si fuera suyo, completamente suyo, podría cavar con él hasta la extenuación, y nadie más lo mancillaría con su tacto. Ese pensamiento le venía a la cabeza continuamente, y era cuando tenía el pico en sus manos cuando la tentación de Gimkal cobraba más fuerza. Sus ojos, como siempre, escrutaron a sus compañeros mineros buscando un resquicio por el que escabullirse, y entonces, por primera vez, lo encontró. Una feliz coincidencia de turnos y localizaciones del resto de excavadores le permitiría llegar hasta un túnel confluente sin despertar sospechas. Era la oportunidad que había estado esperando durante mucho tiempo. Si tenía algún remordimiento al traicionar a sus hermanos, éste se extinguió rápidamente al encontrarse con aquella ocasión única. Con el Pico de Haîkkan en sus manos todas sus dudas se disipaban. Tomó el pico y corrió.
Llegó hasta aquel túnel sin ser visto. Su plan se había ido elaborando en su mente desde el día en que habló con Gimkal. Sabía que no lograría escapar por las salidas convencionales con el pico en su poder, pero sí sabía en qué punto debía perforar aquel túnel para llegar a una salida no vigilada. Lo tenía muy bien estudiado. Con unos cuantos furiosos golpes de pico, abrió en poco tiempo un boquete lo suficientemente ancho para su cuerpo en dirección descendente. Pronto se comunicó con una vieja galería, tal y como había calculado.
Aquel túnel era uno muy antiguo que daba al exterior, pero que había caído en desuso hacía muchos años porque había filtraciones de agua de un arroyo los días en los que llovía en abundancia. Aquella entrada-salida no estaría vigilada. Con el corazón en un puño corrió hacia aquella abertura, que distaba mucho de las salidas habituales. Por si fuera poco, la vegetación la había cubierto, consiguiendo así un camuflaje perfecto. No podía dejar de pensar en si en aquel momento sus congéneres habrían descubierto ya su traición. De todos modos y aunque así fuera, él ya les llevaba mucha ventaja. Aprovecharía la maleza para ocultarse y llegaría sin problemas hasta los Pies de Hierro. Por su cabeza pasó la idea de que tal vez los Pies de Hierro le arrebatarían el pico, pero no tenía mejor sitio adonde ir, y una promesa enana (la de Gimkal, en este caso) no se rompe sin sufrir el castigo del dios herrero Haîkkan sobre el infractor y toda su familia. Eso le amparaba. Cuando salió del oscuro túnel se creyó libre. Lo había conseguido, se dijo, más una tromba de Quiebrarrocas le estaban cercando.
La ira invadió al Cejijunto al verse descubierto. Cuando más cerca había estado de sus sueños, allí mismo se los querían arrebatar. No iba a permitirlo. No sin luchar por lo que consideraba propio. Huyó en dirección al territorio de los Pies de Hierro, pensando en que era su última oportunidad. Pero los Quiebrarrocas estaban muy cerca, y no tardaron en darle alcance. Uno de los suyos se lanzó a sus pies y lo derribó, y Urnnart, ciego de odio arremetió contra éste con el Pico de Haîkkan.
El pico no sólo se hincó en el pecho del enano, sino que trozos de su armadura, carne y huesos volaron por los aires. Murió en el acto. Lo último que aquel desafortunado enano vio en vida fue su propio pecho saltar en pedacitos. Todos se detuvieron pasmados. Nunca habían visto el efecto destructor del Pico de Haîkkan sobre un enano. Sintieron miedo, pero ellos eran muchos y se creyeron capaces de retener a Urnnart. El Cejijunto se levantó y siguió corriendo, llegando hasta los límites de la propiedad de los Pies de Hierro. No obstante, los Quiebrarrocas no se intimidaron al pisar territorio ajeno y le dieron alcance. Urnnart dirigió su mirada hacia la colina en busca de los Pies de Hierro. Eran su única salvación. Y allí estaban.
Un número de guerreros enanos, con Gimkal a la cabeza, suficientes como para equilibrar la batalla y hacerse con el fabuloso pico y en territorio legítimo para los Pies de Hierro. Ése era el pensamiento de Urnnart, pero no el de Gimkal. Gimkal, como buen comandante sopesó la situación y veló más por la supervivencia de su clan que por una posesión que sabía efímera de aquella poderosa herramienta. Habría aceptado de buen grado el pico sagrado si Urnnart se lo hubiera llevado sin que los Quiebrarrocas hubieran sabido nunca del paradero de éste. Pero luchar para conseguirlo no era nada bueno, pues aquello conllevaría una guerra que sabía que no podrían ganar de ningún modo. Así que, con mucho pesar, el comandante de los Pies de Hierro, decidió retirarse para no ver como castigaban al Cejijunto. Sus hombres, sin embargo, se quedaron a ver el final del desventurado Urnnart.
Urnnart los maldijo a los cuatro vientos, considerando aquello como una clara traición. Empezó entonces una lucha desesperada. Urnnart abatió a dos enanos más, con lo que restos de carne enana se esparcieron por el suelo y las malezas, y la tierra se tiñó de color sangre. Pero entre todos le propinaron varios hachazos y mazazos que lo dejaron moribundo.
Ondyrk el Barbatosca, que por supuesto estaba presente, fue el encargado de recoger el pico sagrado de Haîkkan. Mientras todos le veían morir, Urnnart dirigió su mirada hacia la colina en busca de un milagro, una última ayuda, pero los Pies de Hierro le dieron la espalda y se marcharon resignados a sus cavernas. Se había desvanecido la única oportunidad que tenían de aumentar sus riquezas y competir con sus vecinos en la elaboración de bellos objetos. Ya no podrían intercambiarlos con los preciados productos de primera necesidad de los hombres de Deilainth. Continuarían en su miseria.

06. Un elfo entre enanos

La Purificadora de Almas / Víctor M.M.

Algoren’thel experimentó el sabor agridulce del éxito. Su aviso a los Quiebrarrocas le permitió ganarse su confianza, pero provocó así la muerte de tres enanos además de la del propio Urnnart. No creyó en un principio que todo acabara así, pero no por ello dejó de sentirse culpable. El propio Ondyrk, al saber de la intranquilidad del elfo, quiso calmarle. «No sufras por tus acciones, elfo. Con tus actos sólo has avanzado lo que era inevitable. Si nada hubiéramos sabido, hubiera llegado el día en que un descuido nuestro hubiera provocado la fuga de Urnnart. No estando preparados, con toda seguridad hubiera llegado hasta los Pies de Hierro, y entonces hubiera llegado la inevitable guerra, con muchos más muertos de los que hoy se han producido. En cierto modo, has salvado muchas vidas, elfo», le había dicho. Aunque aquello fuera cierto, Algoren’thel no se sintió para nada orgulloso de sus actos.


§

Desde aquel día al elfo le permitieron salir al exterior de cuando en cuando y vagar casi libremente por las cavernas enanas. Casi libremente, porque había zonas que le eran prohibidas, y éstas eran aquellas zonas susceptibles de contener armamento o riquezas.
Al cuarto día de su estancia allí, el Barbatosca le preguntó algo que le rondaba por su dura cabeza desde que el elfo le había contado su aventura con los Pies de Hierro.
—Dime, elfo —le dijo como si hurgara en su memoria—, ¿cómo me dijiste que lograste salir de aquel hoyo? No lo recuerdo muy bien...
El Solitario sonrió. Podría aprovechar la curiosidad del jefe enano para su propio beneficio.
—Y yo no recuerdo habértelo dicho, gran Ondyrk —dijo él, esquivo a la vez que provocador.
—¡Necesito saberlo, por el yunque de Haîkkan! ¡Te exijo que me respondas!
Los gritos del jefe enano no sobresaltaron de ningún modo a Algoren’thel, y éste le contestó con la misma tranquilidad que antes:
—Exigir es fácil, sabio enano, cuando lo haces a un elfo cautivo en tu propia morada, mas eso que me pides es un secreto que guardo con recelo.
—¿Elfo cautivo, dices? —dijo airado—. Entras y sales a voluntad.
—Eso es cierto, poderoso Ondyrk —aseveró él—. Pero existen lugares donde no se admite mi presencia y que, sin embargo, tengo gran interés en observar.
—Eso son cámaras privadas, donde se guardan grandes tesoros y se extraen de la misma roca. Son placeres visuales indignos de ser contemplados por un elfo.
—Entonces —dijo cauteloso—, de igual modo yo puedo deciros que mi secreto es indigno de ser conocido por un enano.
—¿Cómo te atreves? —exclamó airado el Barbatosca. Se había levantado de su trono como si tuviera un resorte en sus posaderas. El elfo permaneció con el semblante inexpresivo.
Los componentes de la guardia personal amenazaron al elfo con sus hachas. Hubo unos tensos momentos de silencio reflexivo. Finalmente, Ondyrk cedió a la propuesta.
—Está bien —dijo—. Tendrás libertad absoluta para ver las cámaras que quieras, aunque siempre estarás vigilado. Y como se te ocurra poner una de tus manos sobre algo de valor, de un hachazo te cortaré personalmente los brazos a la altura de los codos. ¿Me has entendido?
Algoren’thel asintió con un ligero cabeceo y una sonrisa de satisfacción.
—Entonces, dime ahora cómo escapaste del hoyo de los Pies de Hierro —le insistió.
—Está bien —accedió contento al ver que se había salido con la suya—. Pero más que contarlo os lo mostraré. Pero no aquí, pues podría dañar esta sala.
El jefe del clan enano se sobresaltó. ¿Qué clase de poder podría tener aquel esmirriado elfo que pudiera dañar un habitáculo excavado en la misma roca? Le parecía imposible, pero no quiso desoír las palabras del elfo, porque algo le decía que si lo hacía podría lamentarlo. Había oído historias inverosímiles acerca del poder de la magia élfica y prefirió ser prudente. Fueron a otra sala menos importante y Algoren’thel procedió con la demostración.
—Fijaos bien, enanos Quiebrarrocas, porque vais a contemplar una maravilla sin igual —dijo.
El elfo observó que en aquel suelo había poca tierra y que tardaría bastante en reunir una cantidad suficiente para la metamorfosis de Galanturil. Así que sacó una pequeña bolsa de su manto y se arrodilló. Los enanos presentes se apartaron temerosos por no saber qué iba a suceder, ni en qué momento podría desatarse aquella fuerza que desconocían. El Solitario abrió la bolsa y vertió su contenido en el suelo. Era tierra; la suficiente para su cayado. Sepultó uno de los extremos de Galanturil hasta cubrir las runas mágicas, y el bastón comenzó a echar raíces y a crecer y florecer como si años de crecimiento pasaran en sólo unos segundos.
Al principio, los enanos retrocedieron asustados por aquella demostración de magia, pero luego se acercaron para contemplar el majestuoso roble. Algoren’thel no tuvo que explicar los detalles de su fuga después de la exhibición, pues aunque los enanos no eran grandes trepadores de árboles (no se sabía de ninguno que lo hubiera siquiera intentado) era realmente evidente que había sido así cómo el elfo había escapado del hoyo de los Pies de Hierro.
Luego hizo volver a su bastón a su forma original. Los espectadores se quedaron boquiabiertos ante aquel inusitado espectáculo. Ondyrk contempló el suelo. En el lugar donde había estado el árbol, la roca se había resentido. Las poderosas raíces se habían hundido en los resquicios de la piedra y la había agrietado. En verdad no le hubiera gustado que el suelo de la sala del trono se hubiera agrietado de aquel modo, no.

06. Un elfo entre enanos

La Purificadora de Almas / Víctor M.M.

Algoren’thel disfrutó de sus largos viajes por las galerías. En realidad buscaba restos de escrituras arcaicas, pero no halló nada de interés. Visitó las forjas; leña y carbón ardían dentro de hornos de roca, allí fundían el metal y realizaban sus aleaciones, chimeneas verticales evacuaban eficientemente el humo hacia el exterior de la montaña, tenazas, martillos y yunques decoraban estas salas. Les había visto introducir los fragmentos metálicos en recipientes de roca que introducían con tenazas en los hornos. El metal se fundía y se transformaba en un espeso líquido rojizo. Las impurezas y la escoria flotaban, situándose en la parte más alta del metal líquido. Los maestros herreros apartaban entonces la escoria y vertían el caliente líquido sobre moldes. Las hojas las templaban con agua y las conformaban a base de martillazos.
Las armerías estaban repletas de armaduras de hierro, bronce, e incluso se veían algunas de mithril, oro y plata, hachas de uno, dos e incluso tres filos, mazas de varios tamaños de cabeza y mango, martillos de guerra y manguales de todo tipo. Las orfebrerías eran similares a las forjas, pero allí trabajaban los enanos de mayor destreza manual; sus herramientas eran mucho más pequeñas, y se dedicaban a realizar las filigranas y a engarzar gemas en los elaborados de la forja, o directamente, se creaban anillos u otros elementos decorativos de mayor delicadeza.
Las despensas contenían en su mayoría carne animal, por lo que Algoren’thel evitó tener mayor contacto con ellas. Las bodegas contenían barriles de cerveza de malta, aguamiel, y unos pocos contenían vino.
Pero lo que no esperaba era que su visita más decisiva se haría en las zonas de excavación minera. Había varios frentes por los cuales se estaba excavando. Unas minas producían hierro, otras tenían vetas de otros metales interesantes. Pero la mayoría de ellas, no eran sino túneles de antaño que habían sido sepultados y que ahora estaban siendo redescubiertos. Grandes galerías, grandes cavernas, con riquezas del mundo antiguo para los enanos, con secretos de los Días Oscuros para el elfo. Encontró escritos de interés, aunque lo que él buscaba no lo halló en los libros ni en las tablas. Habló con los enanos que trabajaban las minas, y algunos de ellos con los que había trabado cierta confianza le hablaron de la existencia de un material de extraño aspecto que denominaban Piedra Escarlata.
—Cuando descubramos el modo de partir la Piedra Escarlata y arranquemos un pedazo de ella, estudiaremos si se puede fundir, y cuando logremos moldearla, crearemos las armas más poderosas del mundo, y armaduras y mallas más resistentes que las de mithril —le dijo uno de ellos.
—¿Acaso el Pico de Haîkkan no ha conseguido arrancar un pedazo? —preguntó extrañado el elfo.
—Ni un rasguño. Y al parecer se trata de una veta enorme. Una piedra de un tamaño colosal. Como no podemos partirla, estamos rodeándola. Algún día encontremos un pedazo natural más pequeño y lo podremos llevar a un horno para fundirlo.
—Quiero verla —dijo el elfo.

06. Un elfo entre enanos

La Purificadora de Almas / Víctor M.M.

Ondyrk se enfureció al saber que sus hombres le habían mencionado al elfo su secreto más preciado. La existencia de la Piedra Escarlata era un descubrimiento sin precedentes, de la misma magnitud si cabe que el hallazgo del Pico de Haîkkan. Pero esta vez no debería de haberse filtrado tal noticia. De todos modos, y dado que Algoren’thel estaba ya al corriente, procedieron a enseñárselo al elfo.

—Gracias al Pico Sagrado llegamos a descubrir esta cámara —señaló un enano que hacía las funciones de guía—. Hemos estado cavando incesantemente, y aquí hemos encontrado la mayor acumulación de riquezas.
—Y la Piedra Escarlata —añadió Algoren’thel para recordarle al enano cuál era el propósito de aquella visita.
—Exacto, aunque yo no la llamaría “piedra”, pues no parece de origen mineral, aunque tampoco metálico. Pero observa el trecho que tenemos al descubierto —dijo señalando a lo lejos una enorme brecha de la que manaban ligeros destellos escarlatas—. La estamos bordeando.
—Lo que me parece extraño —dijo el elfo— es que esto parece una sala de tesoros. ¿No encontrasteis aquí grandes riquezas?
—Sí. Y siguen apareciendo más.
—¿Y qué haría una piedra tan enorme dentro de esta sala?
—La respuesta es obvia, elfo; ésta era la mayor de las riquezas. Algunos dicen que los antiguos moradores la descubrieron mientras hacían esta sala, y que la bordearon de igual manera, tal y como nosotros lo hacemos ahora. Y a la vista de que no podían partirla, la dejaron en medio de la estancia, a modo decorativo.
Aquella explicación le pareció buena al Solitario, y la aceptó. Pero quería verla. ¿Tan extraña sería? Finalmente le llevaron hasta ella y la vio, y efectivamente, la Piedra Escarlata era realmente asombrosa. Tenía un brillo y unos reflejos rojizos a la vez que oscuros y profundos. Y lo más extraño era la forma en la que estaba conformado el material. Pedazos grandes como platos parecían superponerse unos contra otros. Le recordó a la estructura que presentaba el cuarzo, aunque era claramente diferente. Pero al fin y al cabo era lo que más se le parecía. ¿O no? En algún lugar de su mente había algo que encajaba mejor, pero no supo discernir qué era.
Era como si aquella imagen estuviera fuera de contexto, desubicada. ¿Qué podría ser? ¿Escamas de pescado? No lo eran, por supuesto, pero se parecía. Quiso tocarlo con sus propias manos e imaginó que tendría un contacto frío. Así fue, aunque notó algo muy extraño, unas vibraciones probablemente, o simplemente una corazonada. Fuera lo que fuese, lo vio claro. Apartó repentinamente la mano, como si aquel material extraño le hubiese quemado la piel y tuvo miedo. Mucho miedo. Una sensación desconocida para aquel elfo solitario. No sabía cómo, pero sabía exactamente de qué se trataba. Efectivamente, no era ninguna clase de mineral conocido. Tampoco de un metal.
—¡Todos quietos! —gritó aterrado—. ¡No excavéis ni un palmo más! —ordenó.
Todos le hicieron caso, no por obedecer sus órdenes, sino por el asombro que les producía la desfachatez y osadía del elfo. ¿Cómo iban ellos a abandonar sus tareas, sus obligaciones? Ellos no paraban nunca, y menos por órdenes de un elfo.
—¿Qué te ocurre elfo? —le preguntó con desprecio uno—. ¿Estás loco?
—¡No! —respondió todavía nervioso y fuera de sí—. ¡No lo entendéis! ¡Es un dragón!
—¿Un dragón? —preguntó uno de ellos.
—¡Un dragón rojo! —exclamó él—. ¡Y está vivo!

06. Un elfo entre enanos

“La Purificadora de Almas” y la portada del presente libro son obra de Víctor Martínez Martí y se encuentran bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/.

By Víctor Martínez Martí @endegal