La Purificadora de Almas

La Purificadora de Almas / Víctor M.M.

14
La Esfera del COnocimiento

Pasaba ya del mediodía cuando Avanney, Dedos y Endegal vislumbraron en el horizonte el verde y amarillo inconfundible del Bosque del Sol, que se contrastaba fuertemente con el agreste y reseco paisaje que llevaban pisando durante varias jornadas. La Sierpe Helada quedaba ya muy atrás, y el clima desde que dejaron sus dominios se había templado, haciéndose agradable en la mayor parte del día y refrescando cuando se ocultaba el sol. Sólo cuando el viento venía del oeste y arrastraba las gélidas temperaturas de la Sierpe era cuando pasaban frío, aunque aquello no era nada comparado con el que ya habían sufrido en sus propias carnes días antes, en las cumbres de la propia Sierpe. Endegal había tenido ocasión de probar La Purificadora de Almas en combate real, y el resultado había sido espectacular. A pesar de no estar todavía acostumbrado a manejar una espada tan liviana y de aquellas dimensiones, había causado verdaderos estragos sobre una patrulla orca que había osado emboscarles justo en la ladera de la montaña. Todo había sucedido tan rápido que, cuando Avanney atravesó con las Dos Hermanas a su primera víctima, el resto de los orcos empezó a desistir de su ataque y algunos empezaron a huir despavoridos. La espada implacable del semielfo cercenó varios miembros de las horrendas criaturas sin demasiados problemas. Pero lo que más sensación de poder le transmitió a Endegal no fueron los limpios cortes, sino la abismal descompensación que había entre el esfuerzo que él realizaba y la potencia con la que se descargaban los golpes. A una mano, podía trazar un amplio arco con la espada, y herir de gravedad a cuantos orcos se expusieran a su mortal trayectoria.

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La Purificadora de Almas / Víctor M.M.

—Es agradable volver a contemplar el Bosque del Sol, aunque sea a lo lejos, ¿verdad Endegal? —le dijo Avanney irrumpiendo en sus recuerdos.
—Ciertamente, es reconfortante —le respondió éste a la bardo—, después de estos días en territorio árido.
—Por fortuna vemos ya nuestro destino. Esperemos que nuestra llegada no sea demasiado tarde —dijo ella.
Avanney, que como de costumbre compartía montura con Dedos, observó al mediano escarbarse en su bolsa y manosear algunas joyas de inestimable valor.
—¿De dónde has sacado eso? —le preguntó.
—¿Esto? —mostró orgulloso—. Un regalo de una amiga.
—Debía de apreciarte mucho... —dijo Avanney con sarcasmo, imaginando de sobras de qué amiga se trataba y en qué condiciones había llegado aquel obsequio a sus inocentes manos.
El mediano frunció el ceño y replicó algo indignado:
—¿Acaso no me crees un buen amante?
—¿Un buen amante? —estalló desde atrás el semielfo—. ¡Ja! ¡No me hagas reír! ¡Ni siquiera puedo imaginármelo!
—¿Cuándo quieres que te lo demuestre?
—No, gracias —repuso Endegal en tono burlón—. No quisiera presenciarlo.
Una risita escapó de los labios de Avanney, y eso fue lo que más enfureció al mediano; que Avanney le riera las gracias a Endegal. Dedos se giró hacia su compañera de montura y le dijo:
—Supongo que tampoco tú quisieras...
Dedos esperó una respuesta afirmativa, o al menos una que le albergara ciertas esperanzas de procurarse en un futuro los favores de ella.
—Otro día, quizás... —fue la respuesta.
Desde luego no fue un “no” rotundo, pero Dedos, bien por el tono, bien por la expresión de sus ojos, estuvo seguro de que Avanney nunca querría nada con él. Aquella simple frase acabó con sus esperanzas. Alzó la mirada y atisbó la frondosa arboleda del Bosque. Empezó a cuestionarse ciertos aspectos de su vida.

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§

Al día siguiente alcanzaron un terreno más agradable, que se hacía mucho más fértil y verde a medida que avanzaban. Pronto llegaron a los dominios del Bosque y se adentraron en él de lleno. Se acercaban ya al puente que vadeaba el río Curvo, cuando Endegal hizo parar en seco a su yegua Niebla Oscura.

—¿Qué ocurre? —preguntó la bardo.
Endegal no contestó de inmediato. Su rostro expresaba rareza y asombro y, sin embargo, el semielfo no daba ninguna señal a sus compañeros para que se ocultasen. Si aquello que estaba percibiendo sus sentidos medio élficos se trataba de algún peligro, desde luego no era inminente.
—Qué extraño... —susurró éste.
—¿De qué se trata? —le apremió la bardo.
—El Reflejo... —explicó—. Lo veo perfectamente. Los Cuatro Émbeler han recuperado su fuerza y refulgen ahora con una intensidad quizá incluso mayor que antaño. No recuerdo haberlo apreciado nunca con tanta claridad desde una distancia como ésta.
—¿Qué puede significar eso? ¿Habrán hallado la forma de eliminar la maldición, o tendrá La Espada Purificadora algo que ver en todo esto?
—Creo que sólo lo sabremos cuando lleguemos allí, Avanney.
Pero otra sorpresa les sobrevendría mucho antes de que llegaran a comprobar el origen del Resplandor.

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Un hombre ya entrado en años y de aspecto robusto había atorado su barcaza justo al sobrepasar el puente de piedra que vadeaba el río Curvo en pleno Bosque del Sol. Bajó de su pequeña y ajada embarcación con cierta premura. No le preocupó en absoluto el hecho de que se le mojaran los pies hasta los tobillos y corrió presuroso hasta situarse en tierra firme. Rodeó con una maroma un gran pedrusco que había cerca, asegurando la embarcación. Echó un rápido vistazo en derredor, y viéndose libre de miradas ajenas se desabrochó con apremio la correa y se bajó los pantalones.
—Maldita sopa de habichuelas... —gimoteó entre dientes.
Pero cuando ya estaba en postura fecal, allí, en la misma orilla del río, unos sonidos le sacaron de su, todavía, no iniciada tarea. Era el sonido de unos cascos. Caballos. Probablemente dos o tres. Evidentemente, no le apetecía lo más mínimo ser descubierto en aquellos escatológicos quehaceres, ni tampoco mucho tiempo más podía retener sus impulsos naturales. Así que se subió los pantalones tan raudo como se los había bajado instantes antes y, sin abrochárselos siquiera, corrió sujetándoselos con una mano delante y la otra detrás hasta ocultarse en la espesura para terminar su inaplazable tarea.

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Cruzaban a una marcha relativamente lenta el pequeño puente de piedra que salvaba el río; Endegal marchaba al frente, Avanney y el mediano le seguían a media distancia. Dedos manoseaba aquella bola de granito suya que usaba como amuleto y que tanto le ayudaba en sus decisiones. Por ello, cuando el mediano vio aquella barcaza amarrada en la orilla, esperó el momento oportuno y saltó en un movimiento fugaz del lomo de Trotamundos y aterrizó sobre la barandilla de piedra del puente. Avanney tardó unas décimas en reaccionar y comprender que Dedos intentaba darse a la fuga. Alargó su mano para atrapar al hábil mediano y logró agarrarlo de una manga, aunque sin el éxito que hubiera querido. No pudo retenerlo, pero Dedos se desestabilizó en el aire; dio una vuelta entera sobre sí mismo y cayó aparatosamente al agua. El chapoteo advirtió a Endegal que cabalgaba de espaldas a la acción. No obstante, tanto él como ella se quedaron mirando cómo el astuto mediano llegaba a la barcaza y, en un abrir y cerrar de ojos, la liberaba de la soga que la mantenía atorada. La corriente del río ayudó a Dedos en su huída tanto como la indecisión del medio elfo y la bardo.
—¡Eh! ¡Eh! —gritaba una voz que salía de la maleza—. ¡Mi barca! —bramó el hombre señalando a Dedos que se alejaba con presteza—. ¡Se lleva mi barca!
Avanney y Endegal miraron con aire apesadumbrado al pobre hombre, el cual les devolvió la mirada receloso, dando un paso atrás y señalándolos con su dedo acusador:
—¡Ladrones!
—Un ladrón ha sido quien se ha llevado tu barca, buen hombre —dijo Avanney en tono conciliador—. Pero es injusto que nos trates como tales; tan injusto como temernos —añadió adivinando el recelo de aquél.
El hombre intentó replicarles, pero antes de hacerlo, la bardo escarbó en su bolsa y sacó tres monedas de plata, arrojándoselas a los pies.
—Lamentamos mucho tu pérdida, buen hombre. Acepta estas monedas como compensación. En cierto modo, nos sentimos responsables de que ese individuo al que acompañábamos resultara ser un vulgar ladronzuelo. Nuestras disculpas.
—Disculpas aceptadas —dijo aquél afanándose por recoger las brillantes monedas.
Quizás aquellas monedas no compensaran el valor de la barcaza y su posible contenido, pero en aquellos tiempos de escasez, el simple reflejo del oro o de la plata hacían olvidar muchas veces su auténtico valor. Eso Avanney lo sabía muy bien, y sonrió satisfecha al comprobar que el hombre siguió su camino, esta vez a pie y de lo más contento.
Endegal se quedó mirándola fijamente unos instantes.
—Es increíble la facilidad que tienes para... —empezó.
—¿Convencer a la gente?
—...soltar tus monedas de plata —le corrigió el medio elfo.
—Los recursos de un bardo son muchos y variados —dijo ella.
—Entiendo. Una taberna repleta de hombretones beodos riendo y escuchando historias y canciones por boca de una mujer hermosa deben de llenar bien el bolsillo de monedas.
Avanney sonrió tanto por el cumplido, como por la imaginación de su compañero. El medio elfo no se había equivocado de mucho.

14. La Esfera del COnocimiento

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Pero pronto volvió la conversación a lo realmente importante: Dedos había huido.
—Podríamos darle alcance si galopáramos por la orilla —aventuró Endegal—. El río pierde fuerza un poco más adelante.
—Podríamos... —corroboró Avanney, aunque por su tono parecía albergar otras posibilidades—. Pero tenemos otra misión más importante: llevar la espada a Ber’lea.
—Tienes razón —admitió Endegal—. No podemos perder más tiempo. Sólo que...
—¿Qué?
—No me fío de él —dijo tajante.
—No debes preocuparte por eso, Endegal. Su sitio no estaba en Bernarith’lea. Era cuestión de tiempo que huyera y no creo tampoco que llegue a causar ningún daño a los elfos. Al fin y al cabo hizo buenos amigos allí y creo no equivocarme si afirmo que Dedos nada tiene que reprocharle a la Comunidad.
—Puede que tengas razón —aprobó Endegal. En el fondo se sentía mucho mejor sin la presencia del mediano—. Aún así... —quiso agregar, pero poco más tarde rehusó compartir sus pensamientos. Cabeceó como intentando olvidar al mediano y concluyó—: Será mejor que sigamos nuestro camino.
Endegal volvió grupas y se propuso a reemprender la marcha, mas Avanney había bajado de Trotamundos y recogía algo del suelo empedrado del puente.
—¿Qué es? —le preguntó él.
Avanney lo levantó en alto para que lo viera.
—La bola verde de Dedos. Debió caerle cuando forcejeamos.
—Le está bien merecido —dijo Endegal visiblemente satisfecho, a sabiendas del apego que el mediano tenía por aquel amuleto.
El medio elfo se dispuso de nuevo a partir cuanto antes hacia Bernarith’lea. En realidad, la fuga del mediano le traía sin cuidado. Es más, opinaba que había compartido demasiado de su tiempo con aquel ser arrogante. Sí, recelaba de lo que pudiera tramar aquel mediano, pero lo más importante era regresar a la Comunidad de los elfos del Bosque. Sin embargo, Avanney continuaba observando aquel amuleto que ahora se le antojaba misterioso.
—¿Nos vamos? —le apremió Endegal.
—Un momento...
Endegal descabalgó y se aproximó hasta la bardo. Aquella parecía del todo hipnotizada.
—¿Avanney? —Endegal le puso la mano en el hombro.
Avanney tardó un par de segundos en reaccionar. Apartó su mirada perdida sobre aquella esfera verde y la centró en los verdes ojos del semielfo. Abrió la boca y dijo con voz ahogada:
—¿Recuerdas esta esfera?
Endegal la miró como si estuviera loca y respondió:
—Pues claro —dijo con indiferencia—. Es el amuleto que Dedos llevaba encima. Tú misma lo acabas de decir, ¿recuerdas?
—Sí, pero no me refiero a eso —dijo ella algo confusa—. Lo que quiero decirte es: ¿No has visto antes este amuleto?
—¿Fuera del alcance de Dedos, te refieres?
—Sí, a eso me refiero. ¿No lo has visto en otra parte?
Endegal se encogió de hombros.
—Gareyter... —dijo ella para ver si prendía una mecha en la memoria del medio elfo.
La expresión de Endegal indicaba que no recordaba.
—El día que nos llevaron ante Gareyter —le siguió recordándole ella—, el día en que nos interrogaron... ¡Recuerdo su mano enguantada manoseando esta esfera de granito!
—La verdad es que no me acuerdo de casi nada de aquel día. Todo me pasó muy rápido, ¿sabes? Estaba muy confuso.
Avanney sabía a qué se refería. Recordó a Endegal hablar con un antiguo amigo que agonizaba en el campo de batalla. Aquél había sido un soldado de Tharler y le informó a Endegal de que su madre había muerto. Recordaba perfectamente el grito de dolor del medio elfo, y también observó qué poco le había importado que hubieran sido capturados y que sus vidas estuviesen en el filo de la navaja. Aquel día, la muerte hubiera sido un alivio para Endegal. Avanney no podía reprocharle que no se fijara en la esfera que manipulaba el capitán de las tropas fedenarias.
—Lo entiendo —le dijo ella comprensiva—. Pero yo me di cuenta de la esfera, y estoy segura de que Gareyter la tenía en sus manos aquel día.
—¿No podía ser otra? ¿Una réplica? —razonó él—. Cuando la gente cree que un amuleto trae buena suerte, se empieza a copiar su diseño y su venta reporta buenos beneficios a los farsantes y vacía los bolsillos de los ignorantes. Créeme, Avanney. Yo he visto a muchos idolatrar amuletos e imágenes de dioses pensando que iban a recibir así sus favores.
—Yo también lo he visto. Pero no, Endegal. Era la misma esfera. Puedo asegurarlo.
—Bueno, de acuerdo. ¿Y qué? No podemos estar aquí discutiendo por una tontería. Tenemos una misión que cumplir.
—Esto explica muchas cosas —dijo ella, ignorando las palabras del medio elfo y con la mirada igual de perdida que instantes antes.
—¿El qué? —preguntó con aire condescendiente.
—Esta esfera... —dijo ladeando la cabeza—. ¡Arkalath bendito! ¿Cómo ha podido pasarme desapercibida durante tanto tiempo? Ha estado delante de mis narices... Y era tan... evidente.
—¿Qué le ocurre a la esfera, Avanney? —Endegal empezaba a impacientarse.
—Esta esfera no puede ser otra que la Esfera del Conocimiento.
Aquel dato no pareció revelarle nada a su compañero, a lo cual procedió a explicarse.
—Se dice que la Esfera del Conocimiento fue creada por el propio Arkalath para que los humanos comprendiéramos más acerca del funcionamiento del mundo. El portador de la Esfera comprende mejor las cosas que le rodean; aumenta su perspicacia, aporta sabiduría. Alimenta su inteligencia hasta límites insospechados.
—Ya —convino Endegal, que no acababa de entender por qué se retrasaba tanto su llegada a la Comunidad—. Y esa maravillosa esfera creada, nada más ni nada menos, que por el dios creador de los hombres y la naturaleza, está ahora en tus manos...
—¡Exacto! —dijo ella convencida.
—¡Por favor! —exclamó—. ¡No me vengas con historias! ¿Cómo puedes creer eso?
—Endegal, escúchame. Una leyenda cuenta lo que te he dicho. Y no soy de las que creen en leyendas a la ligera y sin tener indicios fehacientes. Deberías saberlo —le reprochó—. Generaciones de bardos han buscado este objeto mítico. Incluso yo dudaba seriamente de su existencia. Pero ahora está aquí. ¿Es que no ves la evidencia? Recuerda a Gareyter; considerado el mejor estratega de todos los tiempos. Recuerda a Dedos; gracias a él desciframos el Libro de Magia Natural, y gracias a él hemos encontrado La Purificadora de Almas.
—¿Gracias a él? —Endegal discrepaba en este punto.
—A ti, a mí y a él, sí —aclaró ella—. Todos pusimos de nuestra parte para hallar la espada que ahora manejas. Pero piénsalo un solo instante. ¿Quién sugirió que subiéramos a Drah-Smeth? Admítelo, Endegal. La inteligencia y la intuición del mediano eran inconcebibles.
—Sí, ahora que lo dices, no podía ser normal —admitió Endegal, que de repente se reconfortó al pensar que las humillaciones sufridas por el mediano eran provocadas por un agente externo.
Hubo unos segundos de reflexivo silencio que Endegal finalmente rompió:
—Me alegro que ahora esté en buenas manos —le dijo—. ¿Nos vamos?
Pero el pensamiento de la bardo parecía estar a muchos kilómetros de allí.
—Avanney… ¿Estás bien?
—Sí… —contestó—. Sólo estaba pensando en Aunethar. Ese hombre sobrevivió a los Días Oscuros. ¿Sabes cuánta información hubiéramos podido obtener de él? Empiezo a lamentar no haberle preguntado cuando tuve ocasión.
—No sabíamos que iba a enfermar.
—Lamento haberlo dejado allí. Creo que volveré a la Sierpe en cuanto pueda.
—¿Crees que seguirá con vida después de aquello?
Avanney dirigió su mirada a la Esfera del Conocimiento y contestó:
—Algo me dice que sí, aunque pueda parecer absurdo.
—Bueno —concluyó Endegal—. Será mejor que marchemos. La Comunidad nos espera.
—Sí… —dijo ella con aire distraído. Guardó su nueva adquisición con orgullo en el interior de su bolsa de cuero y montó a Trotamundos. Aquel hallazgo era mucho más importante para ella de lo que el semielfo pudiera alcanzar a imaginar. Si su teoría era cierta, si en realidad se hallaba en su poder la Esfera del Conocimiento de Arkalath, ella se habría convertido en la portadora del objeto más deseado por los bardos de todos los lugares y de todos los tiempos; una llave al Conocimiento Absoluto.

14. La Esfera del COnocimiento

La Purificadora de Almas / Víctor M.M.

Mas cuando pasaron cerca de los primeros matorrales, un desagradable olor les sobrevino. Endegal detuvo a su montura y dijo:
—¿No hueles a...?
—Sí... —repuso ella con cara de repugnancia—. Huele a...
Ambos se miraron mutuamente y no pudieron contener sus carcajadas al comprender en qué situación había perdido aquel hombre su embarcación. A veces el destino deparaba situaciones de lo más irónicas, inverosímiles y extrañas. Y ésta era una de ellas: Dedos había escapado por un apretón.

14. La Esfera del COnocimiento

“La Purificadora de Almas” y la portada del presente libro son obra de Víctor Martínez Martí y se encuentran bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/.

By Víctor Martínez Martí @endegal