La Purificadora de Almas

La Purificadora de Almas / Víctor M.M.

17
Revelaciones

Tres días y tres noches transcurrieron hasta que la empuñadura de La Purificadora de Almas dejó de emitir el oscuro humo; tres días y tres noches después de la llegada de Endegal y Avanney, la maldición había sido erradicada por completo. A pesar de todo, el aspecto general de Bernarith’lea no había mejorado en demasía, pues el daño de Alderinel había sido nefasto. Sin embargo todos celebraron la desaparición de la maldición, pues aunque el trabajo de recuperación de Ber’lea sería arduo, todos sabían que por fin era posible. Los abonos de Aristel tendrían a partir de ahora un efecto más beneficioso que antes, y ya no necesitarían drenar parte de su energía vital para recuperar la aldea élfica.
El trabajo de Derlynë también sería de importancia mayúscula. Había sido nombrada como Primera Lectora, pues sólo ella podía leer del Libro de la Magia Natural en su estado puro, y transmitía su contenido a Hallednel el Visionario —su propio Maestro— y a todos aquellos interesados en la Magia inherente a la Naturaleza. La discípula del Visionario, y portadora ahora de la Túnica del Líder Espiritual, había centrado sus estudios en la esencia del agua. Había llegado a la conclusión de que el agua era el primer pilar de la vida, aspecto éste que era intuido tanto por los elfos como por el druida, pero que ahora cobraba un significado especial para Derlynë. El estudio del agua sería una baza de suma importancia en la recuperación de la Comunidad.

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Durante aquellas tres jornadas, Endegal y Avanney se pusieron al corriente de los hechos que habían acontecido tanto dentro, como en los alrededores del Bosque. Tras la batalla de Peña Solitaria, la caída de Gareyter y del grueso del ejército fedenario, los Tharlerianos habían arrasado Ertanior, y ahora llevaban varias semanas asediando Vúldenhard. Todo esto lo sabían los elfos porque el tránsito por el Bosque del Sol se había restablecido hasta ser prácticamente el de antaño, sobre todo por el paso de mercaderes. Entre ellos se contaban todas estas historias, y los elfos, camuflados y expectantes a toda esta clase de nuevas del Mundo Exterior tomaban buena cuanta de todo cuanto oían.
Aquellas revelaciones acerca de que la guerra seguía su curso no fueron la peor noticia, sino el conocer las ausencias de varios elfos.
—Poco después de vuestra marcha —les informó Telgarien— desaparecieron cuatro de nuestros hermanos: Hidelfalas, Velendel, Adhergal y Alverim.
—¿Crees que vinieron tras nosotros? —le preguntó Endegal.
—No. Su destino era muy diferente al vuestro.
—¿Y cuál fue su destino, si puede saberse?
—La Visión de Hallednel fue clara esta vez, Endegal. Habían obedecido a su oscura llamada. Llegaron hasta él.
—¿Hasta quién? —preguntó ingenuo.
—Hasta el mismo Alderinel… Su poder ha conseguido embaucarles y ahora siguen ciegos sus designios como fieles súbditos.
—No puede ser —dijo Endegal, zarandeando su cabeza en una incrédula negativa.
—Lo es, Endegal. Y a juzgar por lo que se oye en boca de los tharlerianos que circulan por el Bosque, no están haciendo ningún bien. Atacan a las aldeas humanas como si fueran vulgares orcos.

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§

Aquel era el último punto negro que enturbiaba a la Comunidad, aunque no el único para el Visionario, quien se mostraba inquieto cuando se mantenía cerca de La Purificadora de Almas. Fue el día que Endegal se dispuso a liberarla de la tierra donde estaba enclavada, cuando Hallednel le habló de sus preocupaciones.
—No deberías desenterrarla aún, amigo —le dijo.
—Su tarea ha acabado en esta aldea.
—Así es, Endegal, pero La Purificadora de Almas es ahora todo un símbolo aquí. Déjala en éste lugar un par de días más para que todos la contemplen.
—No puedo esperar dos días. He tomado una decisión.
—Quieres ir tras él —adivinó sin demasiado esfuerzo.
—Por supuesto —le confirmó—. Es mi obligación. Debo acabar con esta locura de una vez para siempre.
—De todos modos, debes esperar, pues otra Visión he tenido. Pronto llegará el que una y hasta dos veces se fue por su propio pie, y noticias de gran valor traerá consigo. Noticias que deberán ser escuchadas por todos, y Endegal el Ligero no será una excepción.
—Algoren’thel…
—El mismo. No tardará mucho en llegar, y por la presteza de sus pasos, intuyo nuevas de suma importancia.
—Está bien —accedió el medio elfo—. Esperaremos al Solitario, Visionario. Luego partiré.
Hallednell asintió, mas luego con un rostro más sombrío volvió a dirigirse al medio elfo. Sabía que sus próximas palabras no serían del agrado de Endegal.
—Hay otro asunto del que quería hablarte, amigo.
Endegal, que pareció percibir la angustia del Visionario, le instó a continuar.
—Dime pues.
—Se trata de la espada, Endegal. Siento las almas de esos cinco hechiceros elfos con suma fuerza.
—Sí, recuerdo bien tus palabras cuando llegamos. ¿Qué problema hay?
—Un alma debe abandonar este mundo cuando muere su cuerpo, Endegal. Sólo así obtendrá la merecida paz eterna. Formará parte de las Estrellas o de la Naturaleza, según los designios de Neërla. Esas cinco almas, Endegal, han permanecido varios siglos retenidas en este mundo.
—¿Qué intentas decirme, Visionario? —le preguntó sin rodeos.
—Intento decirte que han estado demasiado tiempo vinculadas a esa espada. Es antinatural.
—¿Y qué propones?
—La Purificadora de Almas ha terminado su tarea, Endegal, tú mismo lo has dicho. Deberíamos buscar el modo de liberar esas infortunadas almas.
—¡No! ¡Su cometido no ha terminado! No pienso destruirla.
—Yo no he dicho eso, Endegal. Tal vez no sea necesario destruirla. Sólo digo que deberíamos buscar algún modo de…
—He dicho no. Tengo una misión que cumplir, Hallednel. No arriesgaré la integridad de la espada mientras no acabe con mis obligaciones.
Ante aquella rotunda negativa, el Visionario no tuvo más remedio que rendirse.
—Así sea, pues.

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§

Endegal comunicó al resto de la Comunidad su intención ir en búsqueda de Alderinel y los otros cuatro renegados. Fëledar fue el primero en apuntarse a la expedición.
—Tengo una cuenta pendiente con él —argumentó el Maestro de Armas.
—Te entiendo, Fëledar —dijo Endegal, sabiendo perfectamente a qué se refería—. Pero será un viaje arriesgado.
—Cierto. Pero yo soy el único de los presentes que se ha enfrentado a él. Aunque sus habilidades me sorprendieron y finalmente me derrotase, conseguí desarmarle. Sé cuál es su punto flaco. La próxima vez que me enfrente a él, le venceré.
—Sólo si logra derrotarme a mí antes, Fëledar. Y ten por seguro que no lo hará.
—Me parece que olvidáis algo, hermanos —les interrumpió el Visionario—. Olvidáis que Alderinel no está solo. Hay cuatro más.
—Sí, pero el realmente peligroso es Alderinel —dijo Endegal.
—Te equivocas. Alderinel es el más peligroso, sin duda, pero los otros cuatro no tienen mucho que envidiarle. Y estarán en su terreno.
—Eso no es problema, Hallednel. Tenemos con nosotros a La Purificadora de Almas. Mi capacidad de combate ha subido en muchos puntos desde que la manejo y la destreza de Fëledar no puede equipararse con la de Hidelfalas, Adhergal, Alverim o Velendel. Sólo tendremos que igualarles en número y serán nuestros. De momento somos dos. Cuento con Telgarien y Avanney, y si tu Visión es cierta, tal vez el Solitario se nos una también. Cinco en total. No fallaremos.
—Me temo que no será suficiente. No dudo que logres reunir a cinco componentes para la nueva misión, Endegal, aunque debo decirte que presiento que los intereses de dos de aquellos que has nombrado no serán los mismos que los que tú persigues.
—¿Qué intentas decirme?
—Sólo eso, amigo. Y que necesitaréis a alguien que os lleve hasta Alderinel y sus aliados.
—No será difícil encontrarlos. Seguiremos su rastro de muerte y destrucción.
—Olvidas quienes son, Endegal. Ellos no dejarán el rastro evidente de los orcos.
—Tampoco creo que quieran ocultarse de nosotros. Si Alderinel nos odia tanto como parece, no creo que se esconda, creyéndose tan superior a nosotros. Luchará.
—Eso es lo que más temo, Endegal. Ellos estarán en su terreno, y os podrán tender una emboscada con facilidad. Para ellos sería tan fácil como para nosotros, si un enemigo llegara a Bernarith’lea. No tendría escapatoria posible.
—No tenemos otra opción si no arriesgarnos.
Para la sorpresa de los presentes, Hallednel esbozó una sonrisa y añadió:
—Hay otra opción. Yo me sumaré a la expedición.
—Pero… Tú no puedes.
—Si puedo, Endegal. Y es más, debo hacerlo. Yo puedo llevaros hasta ellos, pues puedo sentir su presencia.
—No puedes venir —insistió el medio elfo.
—Durante los años que conviviste con nosotros, deberías haber aprendido que mi ceguera no es obstáculo alguno para mis propósitos. De cualquier modo, detener a los Elfos Renegados es mi deber tanto o más que el tuyo, Endegal. Se lo debo a Ghalador. Él ha entregado mucha parte de su vida para salvar la Comunidad. Ahora me toca a mí corresponderle a él y a Ber’lea; como Líder Espiritual, es mi deber acabar con toda esta maldad de una vez, pues es una llaga en nuestra Comunidad mucho más profunda de lo que la propia maldición lo era.
Fëledar se acercó al Visionario y le cogió por los hombros.
—Correrás un grave peligro, Hallednel. Piénsalo bien.
—Tú me conoces desde antaño, Maestro de Armas, y mucho más por tanto que el joven Endegal. Eres conocedor de muchas de mis habilidades, y debo decir que desconocedor de algunas otras, Fëledar. Deberías ser tú quien tranquilizara a Endegal, convenciéndole de que no estaré indefenso ante un posible ataque.
—Ciertas son tus palabras, Visionario, mas no era mi intención dudar de tu poder, sino proteger a toda costa a nuestro Líder Espiritual.
Esta vez fue Hallednel quien cogió por los hombros a Fëledar:
—En ese caso, no es de mí de quien tienes que preocuparte —le dijo con su vacía aunque penetrante mirada. Fëledar agachó la cabeza momentáneamente y le miró de nuevo, esta vez extrañado, al rostro del Visionario—. Sí —le confirmó sus sospechas—. Mi sucesora está lista, Maestro de Armas. No me equivoco si digo que tiene aún mucho que aprender, pero a partir de ahora no tendrá otro guía que El Libro y ella misma. Derlynë ya no es mi discípula, sino un nuevo brote espiritual para nuestra Comunidad. Es a ella a quien debéis proteger a partir de ahora, porque es ahora ella la Nueva Voz, la Primera Lectora, la Transmisora del Antiguo Saber, y será llamada la Llave Espiritual, la Doncella del Agua y la Fuente del Saber.
Tanto el Maestro de Armas como Endegal se sorprendieron al oír al Visionario, pues eran conscientes de que había revelado otra de sus proféticas Visiones. Ninguno de los dos tuvo objeción alguna en que Hallednel los acompañara, aunque Endegal continuaba dudando de la capacidad del Visionario en la lucha, pues jamás había pensado siquiera en aquella posibilidad. Pero la confianza del Maestro de Armas parecía verdadera y en ningún modo simulada.

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§

La Espada Benefactora siguió enterrada un día más, y en aquella, su última noche, el Visionario paseó sus descalzos pies alrededor de ella, sin dejar de observarla con sus ojos espirituales ni un solo instante. Lo pensó una y otra vez: se lo había prometido a Endegal, pero en su interior sabía que aquella oportunidad podría ser única. Miró a los alrededores y no presintió a ningún elfo que le estuviera observando. Apoyó su espalda en el milenario y enorme tronco del Arbgalen y centró todos sus sentidos en La Purificadora de Almas. Podía sentir las cinco almas allí atrapadas con una pasmosa claridad. Cinco ancestrales hechiceros elfos, quién sabe si pertenecientes a la primigenia Bernarith’lea, quién sabe si con la misma sangre que la del Visionario, permanecían anclados al mundo material sin el permiso de Neërla. Cinco almas sumisas al poder de aquella espada. Cinco almas élficas que clamaban por ser liberadas.
Abrió tras un duro esfuerzo un canal vital entre él y la espada, notando cómo éste se creaba poco a poco, como un sendero virgen en un frondoso bosque. El lado espiritual del Visionario aspiró hacia sí como si tirara mentalmente de una cuerda invisible, esperando que a ella se aferraran las cinco almas élficas encadenadas a La Purificadora de Almas. Al principio le pareció que todo el esfuerzo era inútil, pues no percibía a aquellas energías espirituales siquiera acercarse a la vía de escape que había creado, pero poco después notó una especie de comunicación, de enlace con el mágico interior de la espada. Cuando más confiado estaba de que acabaría teniendo éxito, notó que el fino canal espiritual se ensanchó desmesuradamente hasta un punto para él incontrolable. Hallednel palideció al entender no sólo que la situación se le había ido de las manos, sino que La Purificadora de Almas estaba tirando de su espíritu con una fuerza inconmensurable.
Estaba siendo absorbido por ella.
El miedo abarcó su ser. Su cuerpo apenas despegaba la espalda del Arbgalen, y en el rostro del Visionario se reflejaba el tremendo esfuerzo mental que estaba realizando para que su espíritu no abandonara su cuerpo. Sin embargo, aquello era como nadar contra las olas de una marea, y Hallednel notaba perfectamente cómo se desacoplaba contra su voluntad. Finalmente, el espíritu abandonó el cuerpo que cayó fláccido como si le hubieran quitado los huesos. Aún así, el espíritu del Visionario continuaba luchando contra aquella poderosa corriente, oponiéndose con todo su ser a reunirse con las almas que poco antes pretendía liberar. Pero aquel esfuerzo era del todo inútil. Cuando su concentración era máxima, lograba frenar su avance, sin embargo, su agotamiento iba en aumento, y La Purificadora tiraba de él con fuerza constante. Hallednel reunió toda la energía que le quedaba y la dirigió ahora en un solo propósito: cerrar el enorme canal.
Al hacerlo, su espíritu dejó de luchar contra la corriente y fue arrastrado. Mientras se veía cada vez más cerca de aquel agujero espiritual que le succionaba, el Líder Espiritual sintió que su último esfuerzo estaba dando resultado, pues se estrechaba delante de él el camino, cerrándose de forma elástica.
Una oleada de blanca energía inundó los sentidos de Hallednel y se sintió ahora relajado a la par que confundido. Le costó percibir dónde se encontraba. No reconoció el lugar e incluso olvidó por unos instantes qué había ocurrido y quién era.
De pronto percibió débiles y difusas las energías que le rodeaban. Reconoció en ellas a animales, árboles y plantas, la tierra y el cielo, y bajo su etérea forma las cinco inconfundibles y radiantes almas dentro de aquella espada. Reconoció la energía vital del Arbgalen, y en su base reconoció la debilitada materia orgánica que había sido su propio cuerpo. Entendió entonces que había conseguido cerrar a tiempo el canal vital. Lo había logrado, pero aún le quedaba una última y penosa tarea: llegar hasta su cuerpo, fusionarse con él, y esperar que todavía fuera capaz de albergar su vida. En un principio vaciló, pues tanta era la paz que sentía que albergó la seria posibilidad de abandonar el mundo material para siempre, pero en algún rincón de su ser, algo le dijo que aún tenía una misión que cumplir, que su muerte no beneficiaría en nada a la Comunidad, sino más bien, todo lo contrario. Intentó llegar hasta su cuerpo, aunque para su desgracia estaba ahora demasiado débil. En agotados intentos fue poco a poco al encuentro de sí mismo hasta llegar a acoplarse. Pasaron unos instantes antes de que el cuerpo de Hallednel abriera los ojos y la boca y aspirara el valioso aire en un acto desesperado por aferrarse a la vida. En ese momento notó la presencia de alguien que le observaba tras un árbol. Aquél, dándose cuenta de que había sido descubierto se marchó. Hallednel no pudo discernir quien era; estaba demasiado débil.

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§

Pocos días después, y cómo Hallednel había vaticinado, se presentó en la Comunidad Algoren’thel, El Solitario. La sorpresa para los presentes no fue su regreso en sí, pues le esperaban después de la última Visión del Líder Espiritual, sino más bien por la compañía que consigo traía. El lobo de lomo plateado al que llamaba Draugmithil era una bestia de tales dimensiones, que nadie dudó en catalogarlo como un lobo del pantano. Aquellos lobos eran conocidos por su fiereza, y los elfos sabían de ellos porque alguno solía adentrarse ocasionalmente en territorio del Bosque. Se contaba que eran capaces de comerse a los horripilantes orcos.
—Tenéis razón —les corroboró el Solitario—. Pero nada tenéis que temer de él.
Endegal observó a la bestia con detenimiento. Todavía recordaba su primer paso por el Pantano Oscuro y el encuentro que tuvo con algunos de estos terroríficos lobos. Draugmithil se le acercó lentamente hasta una distancia prudente, olfateándole y finalmente emitió un leve gemido.
—¿Lo reconoces? —le pregunto Algoren’thel al semielfo—. Él sí parece recordarte, cabellos oscuros.
El medio elfo adoptó una expresión de sorpresa.
—El lobo al que quitamos la flecha y le dimos media liebre… —recordó Endegal, tras hurgar en sus recuerdos.
—Ése mismo —dijo el Solitario acariciando la testa de Draugmithil—. También a mí me costó reconocerlo cuando lo vi.

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Endegal, contento de volver a ver a su primer compañero de aventuras, le estrechó el brazo y le puso al corriente de lo ocurrido en torno a La Purificadora de Almas, la maldición y los Elfos Renegados.
—Sí, de algún modo lo he sabido al entrar de nuevo en el Bosque. Los Cuatro brillan como antaño, y Ber’lea ofrece un aspecto esperanzador —dijo el Solitario tras escuchar el relato de Endegal.
—Cuento contigo para capturar a Alderinel, hermano.
Pero el gesto del elfo se torció, como lamentando lo que iba a decirle a continuación:
—Siento contradecir tu voluntad, cabellos oscuros, pero el asunto que hasta aquí me ha traído puede ser de mayor importancia, y más sabiendo ahora que por fortuna la maldición ha dejado de azotar Bernarith’lea.
—Habla pues, Algoren’thel —dijo el Visionario, ya recuperado totalmente del incidente de días atrás— y dinos qué tiene tanta importancia para ti.
Algoren’thel les comunicó su largo viaje hasta las Colinas Rojas, su experiencia con los Pies de Hierro, su trato con los Quiebrarrocas y finalmente, como no, les habló del suceso del dragón.

—¿Un dragón en las Colinas Rojas? —exclamó Avanney.
—Como lo oís —afirmo el Solitario—. Ankalvynzequirth es su nombre, y jamás lo olvidaré, pues su terrible voz todavía retumba en los rincones de mi cabeza.
—Lo que dices es realmente asombroso, Solitario —dijo Endegal—. Pero no entiendo por qué consideras ese asunto de suma importancia. Dices que el dragón está preso bajo toneladas de roca. ¿Qué problema hay entonces?
Pero fue Avanney la que contestó rápidamente.
—Los dragones son milenarios, Endegal, y éste fue claramente partícipe en la guerra de los poderes oscuros. Si la Hermandad del Caos ha vuelto y sabe de la existencia de Ankalvynzequirth no dudará en intentar hacerse con sus servicios. Y por lo que nos ha contado Algoren’thel, alguien ya ha intentado liberarlo. Sospecho que podría tratarse de ellos mismos, pues el poder del hombre del manto plateado me recuerda a una historia que Aunethar nos relató.
El Solitario escarbó en su bolsa de tela negra y mostró un anillo de plata.
—Encontré esto justo en el lugar donde cayó aquel extraño.
Avanney se lo cogió y lo observó con detenimiento. Levantó la mirada y los ojos le chispearon como si estuviera contemplando una hoguera.
—Son ellos —dijo—. Los Señores del Caos.
—¿Cómo estás tan segura? —le preguntó Endegal.
—Estas dos serpientes enroscadas y mordiéndose la cola son un símbolo evidente del Caos. Representa a dos serpientes que luchan a muerte la una con la otra. Ellas piensan que han alcanzado a su víctima por la cola, y aprietan sus fauces para darle muerte. Pero si os fijáis, si seguís detenidamente el nudo, la cola que muerden es la suya propia. Es el absurdo del Caos, el contrasentido de las batallas. Ahora no tengo ninguna duda. Han vuelto para sembrar el Caos y debemos detenerlos.
—Tenéis razón —dijo Endegal—. Pero primero deberíamos atrapar a Alderinel.
—Alderinel es ahora un problema menor —afirmó la bardo—. Nuestra prioridad será asegurarnos de que los Señores del Caos no encuentren un modo de liberar al dragón.
—Y yo por mi parte —añadió el Solitario—, he dado mi palabra a los enanos de acabar con el dragón. ¿Pero crees que hay alguna forma de matarlo, Avanney? He presenciado su poder y me parece del todo imposible.
—La Purificadora de Almas puede —aseguró la bardo—. Ya acabó con Dernizyvalath, el dragón de Hyragmathar. —Luego volvió la mirada hacia Endegal y continuó—: Eso si su portador decide acompañarnos.
—¿Acompañaros? —dijo con aire ausente—. No. No puedo, al menos por el momento. Le he prometido al Líder Natural y Señor de Bernarith’lea que apresaré a su hijo renegado y lo traeré hasta sus aposentos para que rinda cuentas de sus fechorías. Cuando haya cumplido este cometido iré donde queráis, pero no antes. Lamento que ya hayáis decidido no acompañarme a mí, pues contaba con vuestra ayuda. Pero si todo se resuelve como espero, quizá pueda alcanzaros antes de que lleguéis a las Colinas Rojas.
—Así se hará, cabellos oscuros. Así se hará.

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“La Purificadora de Almas” y la portada del presente libro son obra de Víctor Martínez Martí y se encuentran bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/.

By Víctor Martínez Martí @endegal