La Purificadora de Almas

La Purificadora de Almas / Víctor M.M.

03
Vallathir

Drónegar despertó ante una extraña sensación de calor en su piel; una sensación que su cuerpo apenas ya recordaba. Abrió los ojos y vio que estaba en una especie de cueva. A su lado, una hoguera crepitaba incesante y al otro lado de las llamas había una silueta cortando tiras de algo con una navaja y llevándoselas a la boca. Drónegar hizo un ademán de levantarse, pero descubrió que estaba demasiado débil para hacerlo. Un gemido de dolor salió de su garganta.
—Tómate esto, amigo, y te sentirás mejor —le dijo el extraño.
El hombre se acercó y le tendió una mano que sujetaba un cuenco de arcilla. Contenía un líquido caliente y desprendía un apetitoso aroma. Drónegar tenía mucha hambre y se abalanzó a cogerlo. No contó con que aún no tenía control absoluto sobre su cuerpo agarrotado y derramó una gran parte de aquel caldo nutritivo. Se afanó a beberlo, y el calor y la sustancia que contenía, fueron bajando lentamente por su garganta hasta llegar al estómago. Su cuerpo se lo agradeció sobremanera.
—Gracias —le dijo al hombre.
Cuando sus ojos se adaptaron a aquella iluminación, fue escrutando a su anfitrión. Estaba ataviado con muchas pieles, algunas de ellas eran de lobo, otras de oso. Su cabello era castaño y bien cortado, pero estaba encanecido en las patillas. Una tosca perilla decoraba sus facciones. El bufido de un caballo atrajo la atención de Drónegar. Más allá de la hoguera divisó un enorme corcel de batalla blanco, y en el suelo, bien plegado, un manto blanco, y a su lado, una armadura tan brillante que reflejaba las llamas y resplandecía todavía más que la propia hoguera. Entonces volvió a escrutar su rostro y lo conoció, y esta vez no le cabía la menor duda. No era el matador de yetis.
—¡Vallathir! —exclamó.
El paladín se quedó extrañado.
—¿Me conoces? —le preguntó.
Drónegar se arrastró y se le acercó tanto cono pudo. Vallathir se levantó de inmediato. No sabía a qué venía todo aquello. Aquel extraño llamándole por su nombre y arrastrándose como un poseso hacia él.
—¡Mi señor Vallathir! —dijo entre sollozos y suspiros—. ¡Por fin os he encontrado!

03. Vallathir

La Purificadora de Almas / Víctor M.M.

El paladín hizo un esfuerzo por recordar si también él conocía a aquel extraño hombre. Sus ojos se iluminaron cuando su mente le transportó muchos años atrás, a unas tierras ahora lejanas para él en el tiempo y en la distancia, pero no en su corazón.
—Drónegar... —murmuró mientras volvía a ponerse a la altura de su interlocutor—. ¿Es posible que seas tú?
Drónegar asintió con la cabeza y Vallathir observó los ojos llorosos del debilitado criado del Rey.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó el paladín.
Como si de pronto se hubiera curado, Drónegar le agarró fuertemente con su brazo derecho por las pieles que conformaban el manto del paladín.
—Tenemos que partir. ¡Ahora! —le ordenó—. Tharlagord necesita de vuestra ayuda.
—¿Por qué? ¿Qué ocurre?
—El Rey Emerthed… Se ha vuelto loco. ¡Ha desatado la guerra con Fedenord!
—¿Emerthed loco? ¿Es que acaso vive aún? —le preguntó incrédulo. En primera instancia la aparición de Drónegar allí le había sugerido la posibilidad de que el criado hubiera llegado para anunciarle la muerte de su rey. A decir verdad, era algo que esperaba que hubiera sucedido hace tiempo. Emerthed ya era muy anciano el día en que Vallathir abandonó las tierras de Tharler y creyó entonces que pronto llegaría el día en que se le anunciara su muerte, aunque había imaginado a cinco o seis caballeros ataviados con las vestiduras correspondientes. Sin embargo, hasta allí había llegado sólo Drónegar seguramente afectado por el estado de grave hipotermia del que había salido.
—Os aseguro que aún vive, mi señor... Y ahora está más vigoroso que nunca.
—Creo que eres tú quien ha enloquecido, Drónegar. Si viviera, el Rey Emerthed debería contar ahora con ciento quince años.
—Ciento dieciséis —le corrigió.
—¿A qué viene todo esto, Drónegar? El frío de la montaña debe de haberte congelado el sentido común. ¡Nadie vive más de cien años, a excepción de los enanos del este!
—Sé que suena a cuento de niños, mi señor Vallathir, pero debéis creerme.
—Está bien, te creo —dijo sin demasiada convicción—. Emerthed vive y su vejez le ha afectado en su sesera. Pero, ¿acaso has hablado de una guerra con Fedenord?
—Sí, eso es. Pero la guerra en sí no es lo peor, ya que ambos reinos tienen sus defensas bien instauradas, y no se han producido bajas de importancia, al menos cuando yo partí de Tharlagord. Desde entonces no sé qué puede haber ocurrido.
—Ahora lo entiendo. Y me has venido a buscar para que participe de la guerra y comande a los ejércitos contra Fedenord.
—No —negó en principio, mas luego aclaró—: Bueno sí, en cierto modo.
—Explícate —le exigió.
—Eso es exactamente lo que hice creer al Rey Emerthed para que me permitiera salir de Tharlagord en su búsqueda.
—¿Y te dejó venir solo? ¿Hasta aquí?
—Su mente está completamente centrada en la guerra y no supervisó absolutamente nada acerca de mi partida. Yo le pedí permiso para venir a buscaros y me ofreció un salvoconducto para circular por todo Tharler sin los impedimentos que el ejército pudiera plantearme.
—Entonces, no te procuró una escolta...
—Yo tenía autoridad y confianza suficiente como para elegir a un par de soldados para que me acompañaran en mi viaje. Además, si leéis el salvoconducto, sabréis que se me otorgó autoridad para más cosas —dijo mientras buscaba su jubón que Vallathir con toda seguridad le habría quitado para secarlo.
Cuando lo encontró, metió el dedo por un pequeño agujero de la prenda y estiró de un fino cordón. Empezó entonces a deshilacharse un remiendo, hasta que quedó patente que aquello era un doble forro; un bolsillo secreto. Sacó de allí unos papeles aplanados, que no eran otra cosa que un pergamino plegado. Se lo alargó al paladín.
—El sello de la corona de Tharler... —musitó Vallathir al ver el rojo lacre que sellaba la misiva—. Entonces es cierto.
Desplegó aquel pergamino, en el que pudo leerse lo siguiente:

03. Vallathir

La Purificadora de Almas / Víctor M.M.


Yo, Emerthed, hijo de Bronethed, Rey Absoluto de todo Tharler por derecho de nacimiento, hago saber a todo aquel que lea la presente que Drónegar, hijo de Andriogar, es mi protegido, y que por tanto, tiene el Permiso Absoluto para circular por todo mi reino sin que nadie le rinda cuentas de nada.
Hago saber también que Drónegar, hijo de Andriogar puede designar a cualquier soldado raso de mis tropas que no sea de vital importancia en el transcurso de esta guerra, para que le ayude en su misión, que no es otra que traer hasta mis aposentos a mi sobrino Vallathir, hijo de mi hermano Dalnathir, Paladín Absoluto de valentía y coraje sobradamente consabidos, con el fin de capitanear y llevar a la gloria las tropas de Tharler.

Esta es una orden directa del Rey Absoluto de todo Tharler Emerthed, hijo de Bronethed. Quien ose desobedecerla no hallará refugio alguno en esta tierra que le libre del castigo oportuno.


—Y si en realidad no has venido por esto —dijo Vallathir sensiblemente emocionado tras leer aquello—, ¿por qué lo has hecho entonces? Has expuesto tu vida para encontrarme, Drónegar, y eso te honra, pero mentir a tu Rey no es un acto de valentía, sino de traición. ¡Exijo respuestas!
—Ya os lo he dicho, Vallathir. Emerthed ha enloquecido. Ya no es el mismo rey justo que conocisteis. Ahora es despiadado y cruel, aún con su propio pueblo y soldados.
—No te creo, Drónegar. El espíritu de Emerthed es inquebrantable. Su corazón ha sido siempre puro. Quizá haya endurecido su carácter ante la amenaza de la guerra. Eso es inevitable, pero no por ello se habrá convertido en el tirano que describes. No puede haber sufrido tal cambio en su persona. Yo le conozco bien.
—Lo ha hecho, mi señor. ¡Lo ha hecho!
—Sigo sin creerte amigo, pero, aún así, ¿qué quieres que haga yo?
—Sólo un paladín de su categoría puede discernir si Emerthed ha traspasado la línea.
—¿A qué te refieres?
—Sólo vos podéis saber si el mal se ha apoderado de su persona, y si así ha sido, sólo vos tenéis el poder, el deber y el derecho de impartir justicia.
—¡Imposible! —dijo el paladín con los ojos como platos.
—¡Señor Vallathir, escuchadme! Emerthed está obrando como jamás pensé que un ser humano podría obrar. Utiliza el odio y el temor para someter a su reino. Y lo que es peor, sus allegados se están contaminando de su ira y su oscuro poder.
—¿Oscuro poder? ¿De qué diablos me estás hablando?
—Diablos... —dijo con la mirada perdida—. Quizás se trate de eso. Como ya os he dicho, Emerthed se ha revitalizado. Posee una fuerza inconmensurable. ¡Yo mismo le vi partir la mesa de caoba de un puñetazo! ¡Y su mirada puede atravesaros como mil lanzas! ¡Cuándo clava su mirada en uno, parece conocer todos sus secretos, sus piernas flaquean, y el temor le invade! ¡Por Arkalath bendito, señor Vallathir, debéis creerme si os digo que el mal le acompaña!
—Tu historia me deja atónito, Drónegar. Ya no sé qué pensar.
—Pensad ahora lo que queráis. Lo único que os pido es que me acompañéis y lo veáis con vuestros propios ojos. No os pido más. Debéis hacerle entrar en razón, Vallathir.
—¿Y si estás en lo cierto y Emerthed no entra en razón?
—Entonces, deberéis matarle.
—¿Matarle? ¿Has perdido el juicio?
—Entiendo que os cueste asimilarlo, mi señor, pero tendrá que ser así.

03. Vallathir

La Purificadora de Almas / Víctor M.M.

A Vallathir estas últimas palabras le atravesaron el corazón. ¿Cómo podía matar él a Emerthed, Rey de Tharler? Sería traición a la corona. Una corona que él creía justa y merecida para un gobernante justo y sabio como Emerthed. Él se había criado allí en la corte, y conocía bien al Rey. ¡Diablos! ¡Del mismo modo que el propio Drónegar! Sabía que Emerthed era una persona inflexible pero justa en todas sus acciones, y amable cuando la situación lo requería. Aunque al rey le había gustado comandar a sus tropas en el fragor de la batalla, siempre lamentaba las pérdidas de sus hombres, y le apenaba cuando una batalla estaba cerca porque ello significaba sufrimiento para su pueblo. Aquello que Drónegar le había revelado acerca del comportamiento del rey no encajaba con sus recuerdos, por mucho que lo intentaba. No era posible. Sólo podía hacer una cosa: seguir las recomendaciones de Drónegar y verlo con sus propios ojos. Pero había algo más que le atemorizaba en todo aquel asunto.

—¿Y si voy allí y no distingo si Emerthed está obrando bien o mal? ¿Cómo saber si las acciones del Rey son puramente malignas o si por el contrario justifican la victoria de Tharler?
—Mi señor Vallathir, vos debéis saberlo mejor que nadie. ¡Sois el paladín de Tharlagord! El mal se desnuda ante vuestros ojos y podéis verlo sin sus máscaras de mentiras y buenas palabras.
—Ése es el problema, Drónegar —admitió con pesar—. Aún no estoy preparado.
—¿Cómo que no lo estáis? —preguntó aquél, totalmente desconcertado.
—¡No sé si lo estoy! —exclamó confuso y autocompadeciéndose—. A veces creo que sí lo estoy, y a veces creo que no. En muchas ocasiones veo a personas, y con sólo mirarlas, un gesto, una palabra, o su forma de andar me revelan si son o no gente de buena fe. Pero hay casos en los que me equivoco por completo. Algunos obran bien durante tiempo y, sin embargo, cuando menos te lo esperas, te das cuenta que todo lo que han hecho hasta entonces ha sido embaucar a la gente con sus buenos modales para ganarse su confianza y alcanzar así un bien, un valor, o un prestigio. Otros obran mal y están siempre en desacuerdo con todo el mundo, desobedecen las leyes y maltratan a sus congéneres, pero luego te das cuenta de que actúan así porque sus padres les maltrataron cuando eran sólo unos niños, o simplemente es su única forma de sobrevivir. Y yo me pregunto, ¿quién soy yo para juzgar si son o no malvados? Me ha costado admitirlo, pero sólo Arkalath posee ese don, Drónegar.
»Y no son las únicas dudas que ahogan mi espíritu: ¿Existen grados de maldad? ¿Dónde está la línea que separa al inocente del culpable, Drónegar? Ningún mortal puede juzgar a otro sobre sus actos. Es la conclusión a la que he llegado, después de tantos años aquí en la Sierpe.
—Vuestras reflexiones me dejan sin palabras, mi señor. En todo caso, estoy seguro que cuando estéis delante de Emerthed, lo sabréis.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? El bien y el mal no pueden juzgarse a la ligera. Yo mismo me he estado equivocando durante años enteros, juzgando a seres inferiores a los hombres.
Drónegar no dijo nada, pero su expresión le indicó al paladín que explicara aquello. Vallathir suspiró y prosiguió:
—Estuve durante mucho tiempo en la más absoluta soledad. Sólo Gwyrth, mi fiel caballo de batalla fue mi única compañía. Pasé largos días observando los designios de la naturaleza, hasta que finalmente creí estar preparado. Sólo me quedaba un paso por dar: ver si mis aptitudes eran válidas y aplicables a los seres humanos. La última prueba era esa: el contacto personal. Así que me acerqué a una pequeña aldea llamada Ûrsmeth, y la estuve observando desde la distancia. Pronto me di cuenta que unos yetis aterrorizaban a los aldeanos. Destrozaban sus cosechas, mataban a su ganado, e incluso se llevaban a algún que otro lugareño para devorarlo.
»Estudié las costumbres de esos monstruos y me dediqué durante mucho tiempo a acabar con aquella amenaza. Los aldeanos de la zona no tardaron en llamarme “el matador de yetis”. Mi fama y mi renombre crecieron y llegaron hasta un par de pequeñas aldeas de los alrededores. Todos me adoraban, y yo me sentí útil de nuevo.
»Me relacioné con aquella gente y moré con ellos, pues eran muy hospitalarios. Me ofrecieron el calor de su compañía y de sus chimeneas, y las conversaciones e historias que yo tanto añoraba. Pero un día desperté de aquel sueño y me di cuenta que había gente que no era como a mí me lo parecía. En su interior había resentimientos y celos hacia mí y otras personas, y obraban con auténtica mala fe. Me di cuenta que estaba fallando en aquello para lo que estaba siendo entrenado. Sí, era diestro con muchas armas y cabalgando, y muchos yetis caían muertos a mis pies, pero no conseguía ver a través del espíritu de ciertas personas, o al menos, no después de mucho tiempo. Recapacité mucho sobre aquello, y me di cuenta de que mi error iba más allá. No fui capaz siquiera de darme cuenta de la bondad de los yetis que aniquilé, Drónegar.
—¿Bondad? —preguntó como si no pudiera creer lo que estaba oyendo—. No podéis estar hablando en serio. Yo mismo he sufrido la ferocidad de esos monstruos.
—Si lo prefieres, llámalo “no maldad”. ¿Cómo no me di cuenta desde el principio? Los yetis atacan a los hombres para alimentarse. ¿Son acaso malvadas las aves rapaces? Supongo que sí lo serán a los ojos de los roedores y las liebres, pero dime, Drónegar, ¿son a tus ojos malvadas esas aves o cualquier otra?
—No. Supongo que no lo son. Arkalath las hizo así. Es su naturaleza. Tienen que sobrevivir.
—Entonces, ¿por qué llamar malvadas a otras bestias? A los ojos de Arkalath, quizás no lo sean. El Bien y el Mal Verdaderos van más allá de las pugnas por la supervivencia. Los yetis, como otras bestias, matan para alimentarse, no por placer de matar. El concepto de bondad o maldad sólo es aplicable a los hombres, Drónegar.
—Por eso abandonasteis las aldeas a su suerte, ¿verdad?
—Aquella revelación me consternó enormemente, Drónegar. Vi enseguida que mi trabajo allí había terminado. La población de yetis había bajado ya notablemente y los aldeanos habían aprendido a defenderse bien. Además, allí habían hombres que merecían morir cien veces antes que los propios yetis, y no les causé ningún daño. ¿Por qué debía yo seguir al frente de aquellas innumerables y sangrientas cacerías?
—Y así fue como os marchasteis, a pesar de las súplicas de los aldeanos.
—¿Qué podía hacer si no? La culminación de mi aprendizaje estaba lejos de aquellas gentes.
Drónegar vio que era un buen momento para hacerle saber al paladín su encuentro con el matador de yetis, así que agregó:
—Cuando os fuisteis de alguna de aquellas aldeas, un aldeano que salió en vuestra busca murió bajo las fauces de un yeti. He conocido a su hijo y ha jurado por vuestra sangre y la de su padre que algún día os dará muerte.
—¿De quién se trata?
—No lo sé. Él se hace llamar “el matador de yetis”. Dice que cuando acabe con todos ellos, irá en vuestra búsqueda para mataros. Y que lo hará también si el destino cruza ambos senderos.
—¿Ves lo que te estaba diciendo, Drónegar? Ahora el nuevo matador de yetis quiere matarme. Cuando nuestros caminos se crucen, tendré que ser yo quién acabe con él si no quiero que él acabe conmigo. ¿Quién de los dos es el malvado? ¿Cuál de los dos merece morir?
Como si aquello fuera una prueba de lealtad, Drónegar respondió:
—Ha sido un malentendido. Un cruce de circunstancias ajenas a la voluntad de ambos. Ninguno merece la muerte ante una circunstancia tan... natural.
—Has dado en el clavo, amigo. Pero ahora, aunque así sea, sólo puedo quedar yo en pie. No hay otra opción. ¿Lo entiendes?
—Quizá si le razonáramos esto al matador...
—Yo no sé quién es, Drónegar, pero tú sí que has tenido ocasión de hablar con él. Así que dime, ¿viste en él a una persona capaz de cambiar de opinión a este respecto? ¿Había en él un ápice de razonamiento que no fuera la venganza o la ira?
—No lo creo —admitió con resignación.

03. Vallathir

La Purificadora de Almas / Víctor M.M.

Drónegar era consciente de lo que aquello implicaba. La conversación había cambiado de rumbo, y eso no era de su agrado, así que decidió retomarla en el punto que a él realmente le interesaba.
—Vallathir, debéis hablar con Emerthed.
El paladín le miró fijamente y le habló con firmeza.
—No lo haré. Tus esfuerzos por llegar hasta aquí han sido memorables, una dura prueba de voluntad y resistencia, pero lamento decirte que ha sido inútil.
—¡No! —exclamó lleno de ira—. ¡He sufrido mil y una penalidades para encontraros!
—¡Lo siento! —replicó el paladín con la misma energía—. ¡No te pedí que vinieras a buscarme! ¡Además, no estoy preparado! ¡No lo estoy!
—Escuchadme, Vallathir, paladín de Tharlagord, lo que voy a deciros. Vuestro reino os necesita ahora más que nunca. La gente está sufriendo.
»Han pasado muchos días y semanas desde que abandoné la fortaleza. A cada paso que he dado, se me han planteado más complicaciones de las que imaginé en mis peores pesadillas. Después de encontrar al matador de yetis y descubrir que no erais vos, me derrumbé. Creí que Arkalath estaba conspirando contra mis intenciones, y que mi misión vulneraba sus planes divinos. Por eso me detuve en mi camino, en la inmensidad de la nieve, en medio de la nada. Me rendí. Iba a morir, pero vos me encontrasteis, Vallathir, ¿es que no lo veis? Es una señal. Arkalath os ha enviado hasta mí para que no desista en mi empeño.
—En realidad te encontré hace dos días. Pasaba por allí y te vi, lejos de toda civilización, y sin rumbo aparente. Me pareció una actitud sospechosa, así que te vigilé. Pero ahí estabas tú, inmóvil como una roca. Al final me acerqué para ver si habías muerto, y en verdad creí que así era hasta que me hablaste.
—Entonces, si no me hubiera detenido, me habríais ignorado. Os habrías ocultado de mí, ¿no es así?
—Probablemente.
Entonces Drónegar se alegró sobremanera, ya que por primera vez en mucho tiempo, creyó que de sus decisiones y actos, por fin, parecía surgir algo bueno. Por fin algo salía bien en su vida.
—Es la señal, mi señor Vallathir, admitidlo. Estáis preparado.
Vallathir esbozó una tenue sonrisa. Ojalá yo estuviera tan seguro, pensó.
No se dijeron nada más. Era de noche y ambos estaban cansados, así que durmieron en aquella cueva.

03. Vallathir

La Purificadora de Almas / Víctor M.M.

A la mañana siguiente desayunaron como si llevaran tanto tiempo conviviendo juntos, que poco más les quedaba por decirse. La atmósfera era tensa y alguno de los dos sacaría el tema tarde o temprano. A Vallathir no le importaba esperar eternamente, pues muchos eran ya los días que había pasado en absoluta soledad y sin cruzar palabra con nadie, pero para Drónegar cada segundo que pasaba eran vidas perdidas y almas desdichadas, con lo que finalmente, el vasallo estalló.
—¿Cuándo partiremos? —preguntó.
—Tú puedes partir cuando quieras —anunció el paladín—. Yo me quedo.
—¿Vais a dejar a vuestro reino desdichado y a su suerte?
—A su suerte, no. Emerthed cuidará del reino.
—Es de Emerthed de quien debéis proteger el reino. ¿Es que todavía no lo habéis entendido?
—Él hará lo mejor para la supervivencia del reino, estoy seguro.
—Tenía razón, después de todo...
—¿Qué?
—El matador de yetis me lo advirtió.
—¿Te advirtió de qué? —preguntó Vallathir totalmente desconcertado.
—De que haríais caso omiso de mis peticiones. Que os importaba un bledo los asuntos de los demás. Que nada más pensáis que en vos mismo, y que no me ayudaríais aunque tuviese pruebas fehacientes de que Tharler os necesita.
—¡Eso es completamente falso!
—¿Por qué os negáis a venir entonces? ¿Por qué os negáis a ayudar a vuestro pueblo?
—Mi entrenamiento espiritual no ha terminado. ¿No lo entiendes? No puedo ayudar a mi reino si no tengo el pleno discernimiento entre el bien y el mal. ¿O acaso pretendes que derroque al Rey de Tharler aún a sabiendas de que puede ser una acción equívoca?
—Mi señor Vallathir, escuchadme —intentó calmarlo Drónegar—. Aquí entre estas montañas de la Sierpe no vais a encontrar nada más. Nada más. ¿O es que no lo veis? Creo firmemente que si todavía no estáis preparado, sólo lo estaréis el día que estéis frente a frente con el Rey. Cuando Emerthed os mire a los ojos, entonces estaréis preparado, y lo sabréis. Estoy seguro.
Al ver que la voluntad de Vallathir tambaleaba, decidió atacar por el otro flanco. Su misión era lograr que lo acompañara. Una vez que estuvieran allí, estaba seguro de que Vallathir le daría la razón.
—Y si no queréis creerme no lo hagáis. Miradlo de otro modo. Vuestro rey me ha enviado aquí para anunciaros que requiere de vuestra presencia. Vuestro rey os necesita en el campo de batalla. ¿Vais a desoír la llamada de vuestro Rey?
Aquellas palabras cambiaron ligeramente el semblante de Vallathir, porque en verdad encerraban más sabiduría de la que el propio Drónegar podía imaginar. Efectivamente, Vallathir creyó que había tocado techo. Que aquel don de percibir la bondad y la maldad sin dudar ni un instante no era más que una utopía, unas hipotéticas virtudes que los sacerdotes otorgaban a seres de un alma pura. Un alma y visión extremadamente puras que algunos dirían que poseerían con el fin de justificar sus acciones dictatoriales y despóticas. Por eso tenía miedo; porque él dudaba que hubiera algún ser humano capaz de conseguir aquello, y por ello sabía entonces que él tampoco lo conseguiría. Nunca. Pero de todos modos, ¿cómo sabrían aquellos sacerdotes de Cristaldea que le habían aleccionado espiritualmente que el único modo de llegar a la plenitud espiritual era observando la soledad allí en la Sierpe? ¿Cómo saberlo con aquella certeza, si ninguno de ellos había alcanzado aquel nivel de sabiduría? ¿Acaso una revelación transmitida por el propio Arkalath a sus fieles más devotos? Lo dudaba.
Así que empezó a verlo de otro modo. La Sierpe le había enseñado muchas cosas, con la más cruda soledad y clima, con la más cálida de las acogidas de su gente, con la nieve más virgen, con sus árboles más deshojados de oscuro tronco y con las bestias más fuertes y débiles que la moraban. Pero quizá Drónegar tuviera razón. Quizá la Sierpe no tendría nada más que enseñarle. Quizás había llegado la hora de partir. Su reino le necesitaba. Si no podía ofrecerle la ayuda que Drónegar esperaba, si no estuviera capacitado después de todo para juzgar a su Rey, o simplemente las sospechas del criado del rey estaban infundadas, entonces prestaría sus servicios al mando del ejército, y en eso sí que estaba preparado. ¿Qué otro lugar mejor donde ir?

03. Vallathir

La Purificadora de Almas / Víctor M.M.

—Háblame del inicio de la guerra —le dijo a Drónegar—. Cuando partí de Tharler, sólo había rumores de que los Fedenarios estaban amurallando sus ciudades.
—En efecto, Fedenord levantó murallas alrededor de sus poblaciones. Sin duda se estaban preparando ya para una posible guerra. En aquel entonces, los orcos hostigaban nuestros poblados con pequeñas incursiones aisladas, y las tierras producían cada vez menos alimentos. El ganado se resintió, y la única forma de sobrevivir fue expandiendo las fronteras en busca de más pastos y territorio cultivable.
—Al parecer, a Fedenord le ocurrió lo mismo. Sabíamos que más pronto o más tarde estallaría la guerra. Era cuestión de tiempo —intervino Vallathir.
—Así es. Fuera de los límites de ambos reinos, la tierra no es fértil. Las fronteras de ambos reinos chocaron. Tharler levantó una empalizada kilométrica y una enorme zanja que protegen el reino desde Loddenar hasta Peña Solitaria. Los intentos de Fedenord por invadirnos han sido siempre inútiles, pues en el campo de batalla, los caballeros de Tharler siempre han sido más hábiles. Pero tampoco nuestras ansias de conquista llegaron nunca a buen puerto. Las murallas de sus ciudades les han protegido bien, y nuestras huestes han sido siempre inutilizadas.
—Entonces Emerthed no tuvo más remedio que preparar el reino para la guerra. No tenía opción. ¿No es cierto?
—Pocas opciones habían, pero de una cosa estoy seguro, mi señor Vallathir. Empezamos nosotros.
—¿Acaso no nos provocaron ellos primero, amurallando sus ciudades?
—No sé si fue provocación o prudencia, mi señor. Pero ciertamente, os puedo decir sin miedo a equivocarme que si Fedenord no hubiera levantado esos muros de piedra protegiendo sus ciudades, a estas alturas, Fedenord sería una provincia de Tharler. Y no creo que Emerthed hubiera dejado supervivientes.
—¿Cómo osas? —dijo colérico el paladín—. ¿Pretendes decir que Emerthed habría barrido Fedenord sin compasión?
—Estoy seguro de ello —le reprochó—. Y vos también lo estarías si lo hubieseis visto después de adquirir aquel extraño guantelete.
—¿Qué guantelete?
—En principio, yo no estuve seguro del todo, pero ahora no me cabe la menor duda.
—¡Explícate!
—Fue desde que cayó en sus manos aquel majestuoso guantelete, cuando empezaron a ocurrir los acontecimientos más extraños. Emerthed empezó a comportarse de forma inusual, más vigorosa, aunque fue de una forma tan gradual que casi pasó desapercibida ante todos sus súbditos. Su mirada se tornó vívida e inquisitiva, y el brillo de sus ojos lacerador. Los curanderos del palacio creyeron haber dado con la panacea de sus experimentos el día en que nuestro rey se levantó de su trono por primera vez en mucho tiempo y sin ayuda alguna. Cruzó la sala del trono sin detenerse y por su propio pie.
»Pero aquellos sucesos nada tenían que ver con la medicina de los sanadores, ni tampoco fueron el fruto de las plegarias de los sacerdotes. Fui de los primeros en reparar en que desde que Emerthed se enfundó por primera vez aquel guantelete de guerra nunca más aparecía entre nosotros sin él. El guantelete le rejuveneció, señor Vallathir. Si estuvierais ahora ante su presencia, observaríais que aparenta tener menos edad que vos mismo.
»Su fuerza ahora es mayor que la que jamás vi en cualquier hombre, y si antaño todos acataban sus órdenes, ahora hay una fe ciega e inquebrantable hacia él. Si Emerthed le ordenara a sus súbditos más aguerridos que se clavaran su propia espada en el vientre, os aseguro que lo harían sin pestañear.

03. Vallathir

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—Si el poder de ese guantelete es como dices, estamos de suerte de que no haya caído en manos de nuestro enemigo —observó el paladín.
—Yo, sin embargo, dudo que sea una bendición. Yo más que nadie celebro que Emerthed haya vuelto a comandar las tropas de Tharler, pero no de este modo. Estoy convencido de que si el guantelete no hubiera aparecido nunca, la guerra no se habría desatado. Fedenord y Tharler nunca fueron enemigos, después de todo.
—Tampoco había una amistad inquebrantable. Y cuando escasea la comida y el hambre ataca los hogares, desaparecen los amigos, Drónegar. Lo he visto cientos de veces aquí en la Sierpe.
—Quizás tengáis razón, después de todo.
—¿Y de dónde salió aquel guantelete?
—Eso, mi señor, es lo más extraño de todo.

Entonces le explicó los hechos de cómo un tal Haroned de Grast del Río Curvo llegó a ofrecerle a Emerthed aquel poderoso objeto de mithril forjado por los enanos de las Colinas Rojas.
—No dudo de que los enanos fueran capaces de forjar un guantelete de tan bella factura —apuntó Vallathir—. Son muy capaces. Muchos de los objetos de valor que hay en Tharlagord son obra suya. Lo inquietante es el poder que supones que tiene y el porqué y cómo llegó hasta Grast pasando desapercibido durante tantas generaciones.
—Os equivocáis, mi señor Vallathir. Lo realmente inquietante no es esto.
»Antes de llegar a la Sierpe, fui por mi cuenta a Grast del Río Curvo en busca de aquel granjero para que me aclarara ciertos puntos de su historia que a mí no me encajaban —explicó Drónegar—. Pero cuando llegué, allí nadie conocía a ningún Haroned. Pregunté por su padre, Ferothed, y tampoco hubo nadie que me diera reseñas de él. Ni siquiera aparecían dichos nombres en ningún registro de pertenencias de tierras en los últimos treinta años.
—Este asunto es en verdad muy extraño, Drónegar. ¿Qué interés tendría nadie en hacerle llegar al rey un objeto tan valioso como aquél? Y más aún, ¿por qué escondería su identidad?
—No lo sé... —dijo confuso— No lo sé.
—Esto huele a conspiración, Drónegar. Aunque es todo muy extraño.
—¿Entonces qué vamos a hacer? —le preguntó para saber si el paladín se decidía finalmente o no a acompañarle.

03. Vallathir

La Purificadora de Almas / Víctor M.M.

Vallathir estuvo un par de segundos en silencio con la mirada perdida entre las hipnotizantes llamas de aquella hoguera, como recomponiendo de nuevo toda la historia y sacando sus propias conclusiones. Levantó la mirada y la clavó en los ojos de Drónegar.
—Curaremos ese brazo tuyo, y cuando estés en condiciones, partiremos hacia Tharlagord —dijo finalmente el paladín.

Sus palabras no transmitían ahora duda alguna. Estaba convencido de que su destino nada le deparaba ya en la Sierpe Helada, y sin embargo, había mucho por hacer en Tharlagord.

03. Vallathir

“La Purificadora de Almas” y la portada del presente libro son obra de Víctor Martínez Martí y se encuentran bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/.

By Víctor Martínez Martí @endegal