La Purificadora de Almas

La Purificadora de Almas / Víctor M.M.

13
Paladines de Tharl-haord

Habían pasado casi tres semanas desde que Vallathir decidiera acompañar a Drónegar hasta Tharlagord. El paladín había insistido en retrasar la salida hasta que el criado del rey se recuperara completamente de su fractura de brazo, pero Drónegar tenía prisa por llegar, pues cada instante que pasaba sin hacer nada le embargaba una horrible sensación de impotencia. Para el criado del rey, Vallathir era la solución a los males de Tharler, y cuanto más tardara en hacerla llegar hasta su reino, más problemas y desdichas encontrarían allí. Por eso adelantaron su salida, muy a pesar de Vallathir. Sin embargo, las cosas no sucedieron como ambos esperaban. Cuatro orcos ocultos y ataviados con pieles de yeti les habían preparado una emboscada y les asaltaron en un paso angosto. Tuvieron la suerte de cara al salir vivos del ataque. Vallathir abatió a tres de ellos, y Drónegar dio muerte al último hundiéndole una daga en el cuello, pero ambos sufrieron graves heridas. Heridas que ahora pronto sanarían y les permitirían reemprender su viaje. Hasta entonces, permanecieron en aquella posada llamada del Oso Pardo.
—¿Queréis más ejemplos? —le preguntó Drónegar.
—Ninguno más por hoy, amigo mío —le aconsejó Vallathir, que jugueteaba con una cuchara—. Llevas muchos días hablándome de Emerthed. No necesitas más historias para convencerme de su maldad.
—Está bien. No más historias, Vallathir. Lo que realmente necesito es que le veáis en persona.
Un movimiento al final del salón atrajo poderosamente la atención de Drónegar. El posadero acompañaba a un anciano de largos cabellos, que no podía valerse por sí mismo, hasta una mesa apartada en un rincón. Fue un hecho que le extrañó, pues el anciano no parecía estar acompañado por nadie y Drónegar, después de dos semanas en la Posada del Oso Pardo, no tenía conocimiento de que aquel anciano fuera familiar del posadero o de alguno de los clientes habituales. De hecho, nunca lo había visto hasta aquel día. Vallathir, percibiéndose que Drónegar no quitaba ojo a algo o a alguien a sus espaldas se volvió, miró a sus espaldas y vio al posadero ayudando al viejo a tomarse una sopa.
—¿Qué ocurre?
—¿Conocéis al anciano? —le preguntó a Vallathir.
—No. No le había visto hasta ahora. ¿Quién es?
—No lo sé —reconoció Drónegar—. Pero el posadero parece ser quien cuide de él.
—¿Y qué problema hay?
—Ninguno en realidad. Sólo que me pareció extraño. Llevamos aquí dos semanas y no lo habíamos visto aún. Me parece que lo ha sacado de una habitación.
—Estaría enfermo —supuso el paladín—. Puede que se trate de un familiar.
—Seguramente.

13. Paladines de Tharl-haord

La Purificadora de Almas / Víctor M.M.

Y dejando el tema como zanjado, continuaron absortos en sus propios pensamientos hasta que un griterío en una mesa lejana atrajo su interés. Había cinco hombres y una mujer. Estaban jugando a las cartas. Dos de los hombres se habían levantado de sus asientos y estaban enzarzados en una pelea verbal que iba a desembocar en algo más serio.
—¡No tengo el dinero! —dijo el más grueso de los dos.
—¡Entonces pagarás con tu vida, miserable embustero! —le amenazó el otro, sacando un largo puñal.
Los otros dos hombres y la mujer que estaban en la mesa con ellos se apartaron de inmediato, esperando lo peor. El orondo individuo sacó una navaja de tamaño también considerable.
—No pagaré con nada a un asqueroso tramposo como tú.
Vallathir se acercó a ellos y se interpuso entre ambos, con las manos levantadas en señal de calma.
—Tranquilícense, caballeros —les dijo en tono afable—. Estoy seguro de que podemos resolver esto sin hacer uso de la violencia.
El más delgado alzó su puñal hasta la altura del cuello del paladín y le dijo:
—Mete tu sucia nariz en tus asuntos, o te pelaré como a una patata.
—¡Eso! —contestó el otro imitando el mismo gesto—. ¡Lárgate ahora mismo si no quieres correr la misma suerte que este tramposo!
Vallathir los miró a ambos con suficiencia y suspiró diciendo:
—Está bien. Como vosotros queráis.
Cada una de las manos de Vallathir amarró firmemente las muñecas armadas de los dos contendientes. Con un medio giro, las retorció con fuerza, y los dos se arrodillaron en el suelo a causa del dolor. Puñal y navaja cayeron al suelo.
El más delgado intentó liberarse de la tenaza de Vallathir, pero al mínimo movimiento del atrevido jugador, el paladín ejercía la fuerza suficiente para hacerle desistir.
—Que alguien avise al alguacil —dijo Vallathir.
La mujer misma que había estado jugando a las cartas, salió en su busca. Tras comprobar que se le había obedecido, volvió su mirada hacia los dos individuos que seguían con su mueca de dolor en la cara.
—Ahora decidme qué ha sucedido —les dijo en tono firme.
—Le he ganado y este seboso no quiere pagarme —acusó el delgado—. Este embustero ha apostado cuarenta y tres cobres, y en su bolsa sólo tiene pedazos de metal.
—¿Es eso cierto?
—Lo es, señor —reconoció el otro—. Pero lo hice porque sabía que no podía perder. Mis cartas eran inmejorables, pero él ha puesto en juego dos veces una misma carta, ¡estoy seguro!
—¿Lo has hecho? —le preguntó seriamente el paladín.
—¡No! Miente como un bellaco.
—¿Seguro? —le insinuó mirándole a los ojos.
Luego desvió la vista hacia la mano que el presunto tramposo apoyaba en el suelo y vio algo extraño asomarse por la manga. Con el pie intentó levantársela, y el hombre apartó rápidamente la mano del alcance del paladín, pero tan torpemente que la carta del venado cayó de su manga boca arriba, quedando en evidencia.
En aquel momento llegó el representante de la ley de Smethanha con sus ayudantes, viendo el final del espectáculo. Vallathir soltaba al hombre gordo y recogía con su mano libre la carta que representaba al venado.
—¿Qué ocurre aquí? —dijo el alguacil, abriéndose paso entre el coro de la multitud. Era un hombre ya entrado en años. Aparentaba los cincuenta largos.
—Arreste a éste farsante y timador de poca monta, alguacil —le dijo Vallathir—. Ha estado haciendo trampas con las cartas y quedándose indebidamente con el dinero de los demás.
El representante de la ley asintió, viendo la evidencia de sus palabras. Vallathir prosiguió:
—Y no olvide a este otro —dijo señalando al más grueso—. Le gusta apostar el dinero que no tiene.

13. Paladines de Tharl-haord

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Cuando los ayudantes del alguacil los sacaban maniatados de la posada, el máximo representante de la ley se dirigió a Vallathir:
—Eres muy hábil, muchacho. Podrías formar parte de mis hombres y ayudarnos a hacer de Smethanha un poblado más tranquilo. ¿Qué te parece el cargo de subintendente? Cuarenta cobres a la semana.
El paladín sonrió. Era un ofrecimiento honesto, pero él tenía otros planes.
—Lo siento, alguacil, pero mi destino está lejos de estas tierras. Tengo una misión de suma importancia que cumplir.
—Entonces, espero que los dioses te protejan, Vallathir —dijo éste, mientras salía por la puerta.

El hecho de que el alguacil del poblado le ofreciera aquel puesto de trabajo no era para nada extraño, pues en el poco tiempo que Drónegar y Vallathir habían estado allí, el paladín había puesto orden en todos los altercados públicos que había presenciado. El propio posadero les había ofrecido comida y cama gratis a cambio de mantener aquella posada limpia de indeseables.
La gente tornó a sus habituales quehaceres, cuando se acercó el posadero y dio las gracias al paladín, como siempre hacía, mas una voz enfermiza sonó por detrás del posadero que confundió momentáneamente a Vallathir.
—¿Dónde se encuentra... el camino blanco que se abre sin fin? —se oyó.
—¿Cómo ha dicho? —preguntó Vallathir dirigiendo la mirada por detrás del posadero.
—No le haga caso, señor —le excusó el posadero— No está del todo bien... Ya me entiende —dijo señalándose con el dedo índice la sien.
Vallathir hizo caso omiso, y se dirigió hacia el anciano de largos cabellos blancos. Era el mismo del que habían estado hablado instantes antes Drónegar y él.
—¿Puede repetir lo que acaba de decir, anciano?
—No soy un anciano... Soy un joven guerrero... Acabo de matar a un dragón...
Vallathir miró al posadero el cual le respondió con gesto de “ya se lo había dicho”.
—¿Puede repetir lo que ha dicho antes, joven guerrero? —le insistió el paladín.
—¿Dónde se encuentra... el camino blanco... que se abre sin fin? —repitió.
—Debe referirse a la Sierpe Helada —aventuró Drónegar—. Pocos caminos se vislumbran cuando están bajo un manto de nieve. Pero, ¿por qué tanto interés en él, mi Señor?
—Y hasta los confines nos lleva... —recitó Vallathir, dirigiéndose al viejo e ignorando las palabras de Drónegar.
—Y hasta los confines nos lleva... —repitió el anciano mirando fijamente a los ojos de Vallathir, como si de repente viniera a su mente alguna clase de recuerdo lejano.
—¿Qué más? —le replicó el paladín furioso—. ¿Qué más?
—¿Dónde se encuentra el camino blanco... que se abre sin fin... y hasta los confines nos lleva... en brazos del Bien Verdadero? —recitó el anciano como si de un verso se tratara, a lo cual Vallathir empezó de nuevo con aquella misteriosa canción que ambos parecían conocer, y el anciano le acompañó en la entonación, acabando ambos al unísono:

13. Paladines de Tharl-haord

La Purificadora de Almas / Víctor M.M.

¿Dónde se encuentra el camino blanco
que se abre sin fin
y hasta los confines nos lleva
en brazos del Bien Verdadero?
Es la Verdad que no flojea,
es la lanza que no quiebra,
es el viento que no cesa.
Es el Camino de luz,
aquí lo recorriera, quien verlo pudiera,
aun con ojos de ciego fueran,
porque luz como ésta nunca existiera.
Luz de Arkalath, Dios entre los Dioses
Luz Eterna, luz Bendita,
Luz Blanca, luz de Vida,
quema las almas impuras
corta los hilos del Mal,
purifica las almas oscuras.


Hicieron una pausa, como intentando asimilar qué significaba que ambos conocieran aquella canción y luego continuaron recitando:


La ocasión hace al ladrón,
y la corona hace al rey,
mas al guerrero no sólo la espada lo forja
ni tampoco el fiel y tenaz acero
de aquella arma o armadura,
ni corcel ni poder ni dinero,
sino la honestidad de sus actos
siempre puros y verdaderos.
Que el uso de la razón
instinto, tenacidad y corazón
abran el esperado y luminoso camino
entre las viles almas impuras
que entre sus densas aguas oscuras
sirven al Mal Eterno,
mal que por las tierras libre deambula,
insaciable y diabólico acecha.
Acabar con él debes
con la blanca luz por bandera
distinguir el bien y el mal puedes
si buen uso haces
de la Visión Verdadera.

13. Paladines de Tharl-haord

La Purificadora de Almas / Víctor M.M.


Hubo un momento vacío que se hizo eterno, sobre todo para Drónegar, el cual no pudo esperar más y rompió el silencio:
—¿Qué significa todo esto?
Vallathir, sin apartar su mirada del anciano, respondió absorto:
—Lo que acabáis de oír es la canción secreta del paladín. Y sólo puede significar tres cosas, mi buen amigo. La primera, que este anciano sea un Sumo Sacerdote de Cristaldea. La segunda, que se trate de un antiguo paladín de Tharlagord, cuestión ésta del todo improbable porque yo soy el único paladín del reino con vida.
—¿Y la tercera? —preguntó el posadero.
—La tercera, que haya oído y memorizado esta canción por boca de un Sacerdote Supremo. ¿Quién de los tres eres, anciano?
—No hace mucho... fui el paladín de Tharl-haord —respondió éste.
—¡Imposible! —exclamó Vallathir poniendo los ojos como platos.
—¿Tharl-haord? —se extrañó Drónegar—. ¿Dónde está ese castillo?
—En algunos Libros Sagrados de Cristaldea, que fueron escritos hace siglos, cuando se refieren a la ciudadela de Tharlagord, lo hacen por su nombre antiguo: Tharl-haord. Muy pocos hombres de este mundo saben eso.
—Entonces no es un impostor, si sabe eso y la canción entera —dedujo Drónegar.
—¿Cuál es tu nombre? —le apremió Vallathir.
—Mi nombre... sí... —murmuró entre dientes el anciano—. ¿Cuál era mi nombre? —Al cabo de unos instantes de tensa reflexión dijo—: Aunethar... hijo de Dulathar.
—Nos está tomando el pelo —dijo Vallathir—. ¡Pero por Arkalath que llegaré hasta el fondo de este asunto!
—¿Por qué dices eso? —le reprochó Drónegar—. ¿Acaso porque no conoces a ningún antecesor tuyo con ese nombre?
—Al contrario. Conozco ese nombre perfectamente. Se recuerda a Aunethar como el Paladín Renegado. El único paladín que renegó de su ejército y de su reino. Un cobarde. De eso hace ya siglos.
—Es cierto... sí... Lo recuerdo... Me fui... Pero lo hice para hallarla a ella...
—¿A quién?
—La Purificadora de Almas...
Drónegar miró a Vallathir en busca de respuesta.
—Se refiere a la espada de la profecía —contestó éste—. La Espada del Bien.
—¿La espada de la profecía? ¿Qué profecía?
—Existe una leyenda, una profecía milenaria que asegura que llegará el día en que se forjará una espada tan pura y perfecta, que será capaz de acabar con todos los males del mundo.
—¡Exacto! —dijo Aunethar con la mirada perdida—. La profecía... se ha cumplido.
—¿Cómo sabes todo esto, maldito impostor? —le increpó Vallathir.
—¿Y qué me dices de ti? —le replicó el anciano, que de pronto pareció recobrar vitalidad—. ¿Cómo sabes tú de la canción secreta del paladín?
—Yo soy Vallathir, paladín de Tharlagord. El único y verdadero. Y tú no puedes ser Aunethar puesto que el hombre al que perteneció ese nombre murió muchos siglos atrás.
—¿Siglos? ¿Muerte? —dijo el viejo como desorientado. Algo le vino a su mente y reaccionó mirándose las palmas de sus manos, a lo cual añadió, en voz baja—: Piel reseca... Me inmoviliza los pies... las manos... siento el regusto de arenilla en mi paladar... Petrificado... Sí... Recuerdo mis músculos atrofiados. Recuerdo la piel de piedra. ¡Me petrificaron! —exclamó intentando convencer a Vallathir, el cual se estremeció con aquellas palabras—. No sé cuánto tiempo ha pasado desde entonces, aunque algo en mi interior me dice que fue hace mucho tiempo.
—¿Quién os petrificó? —le preguntó Drónegar.
—No... no recuerdo bien —dijo.
—Debió tratarse de algún mago —supuso Drónegar—. Aunque hoy día no se dejen ver demasiado, se cuenta que antiguamente había bastantes.
—Mago... Sí. Recuerdo a un mago.... Calvo con barba estrecha... Recuerdo un mago. Maldad infinita... Estaba acompañado de otra gente. Acabé con el mago... Purifiqué su alma... Luego recuerdo un viaje eterno y frío por el blanco camino... Luego, aquí... Viejo... Cansado... Enfermo...
—Se refiere claramente a la montaña —aclaró Drónegar—. ¿Qué pasó con la otra gente que acompañaba al mago?
Vallathir estaba ahora expectante. Dejó que Drónegar hablara con aquel viejo, manteniéndose él al margen, pero pensativo. ¿Empezaba a creer a aquel loco?
—Un hombre y una mujer, ambos jóvenes... también un mediano —dijo Aunethar.
—Debe referirse a sus acompañantes —les informó el posadero.
—¿Sus acompañantes? —preguntó Vallathir.
—Sí. Un joven de cabellos largos, una muchacha y un mediano. Ellos le trajeron. Han pasado por aquí un par de veces. Ustedes debieron verlos también. Llegaron aquí hace tres días. ¿No recuerdan al mediano?
Aquella pequeña reunión había despertado el interés de una mujer que pasaba cerca de ellos. Al oír esta última frase se acercó y dijo:
—Yo sí recuerdo al mediano. Lo recuerdo perfectamente, a él y a sus amigos. ¡Un hatajo de ladrones!
—Sí, yo también recuerdo al mediano —anunció Drónegar—. Efectivamente, me parece recordar que iba acompañado de dos jóvenes.
—Yo también los recuerdo a los tres —aclaró Vallathir—. ¿Ladrones? —preguntó a la bella mujer.
—¡Me robaron mis pendientes y mi colgante! ¡Ojalá les parta un rayo y sus restos sean pasto de los yetis!
—Que Arkalath oiga tus plegarias, bella dama, si en verdad han sido capaces de tal fechoría.
—Sí los tuviera ahora mismo aquí delante les arrancaría los ojos —dijo ella haciendo gestos con sus manos como si fueran las garras de algún depredador.
—¿Y se fueron, sin más? —preguntó Drónegar al posadero.
—Bueno... —dudó éste—. Me dijeron que volverían dentro de dos semanas. Que me pagarían por procurarle cuidados al anciano.
—¡Y te tragaste sus mentiras! —exclamó Verniet—. Eres el posadero más iluso que conozco. ¿Cómo van a volver, después de robarme mis joyas?
—Pero... —intentó excusarse—. Cuando se fueron, yo aún no sabía que te habían robado, Verniet.
—Deben de ser muy desalmados si han dejado abandonado a este anciano —remarcó el paladín—. Dime, Aunethar, si es que eres el verdadero Aunethar, ¿cuál es el objetivo primordial de todo paladín?
—Mi memoria escasea, Vallathir... Pero de esa pregunta no olvidaré nunca repuesta, porque esa respuesta ha sido mi guía, mi vida y mi muerte.
—Habla pues.
—Mi objetivo primordial ha sido y es luchar contra el Mal Eterno.
—Sí, ¿pero cómo llegar a conseguirlo?
—Ah... Vallathir, empezamos a entendernos. El único modo de enfrentarse al Mal... es poder verlo. Un buen paladín debe distinguir perfectamente entre el Bien... y el Mal Enmascarado, porque no es el Mal en sí lo más peligroso, sino el hecho de no poder hallarlo. Empezarás a combatir el Mal... cuando puedas diferenciarlo —hizo una parada en la que escrutó todos los rasgos de Vallathir y añadió—: Pero veo en ti un ansia terrible a causa de este asunto. Y dudas, muchas dudas al respecto. Te has estado torturando... insistiendo ciegamente en encontrar la Visión Verdadera, pero hoy por hoy, has perdido la Fe en ella. ¿Verdad?
—¿Cómo... puedes saber eso? —dijo él estupefacto.
—Tu espíritu atormentado me lo ha dicho, Vallathir. Para mí, tu alma es tan transparente como el agua cristalina.
—¿Quieres decir...? —balbució Vallathir—. ¿Insinúas que... que posees la Sagrada Virtud? ¿Posees la Visión Verdadera?
—Lo digo y lo reafirmo. No sé en qué condiciones, porque tanto tiempo petrificado han mermado mi cuerpo y mi mente. Pero sí, poseo la Virtud Verdadera.
Vallathir se arrodilló frente a Aunethar y en tono arrepentido le dijo:
—Gran Aunethar... Perdona mis ofensas por no ponerte a prueba.
—Levántate, Vallathir. Y no me trates como a un anciano, pues aunque mi cuerpo muestre el paso de los años, mis emborronados recuerdos de ayer pertenecen a un tiempo donde yo era incluso más joven que tú.
—Entonces, deja que te trate como Maestro. Y te suplico que me adiestres para hallar la Visión Verdadera.
—Eso último, es más difícil de lo que crees.
—Haré lo que tú me pidas, Maestro.
—No se trata de una cuestión de obediencia. Mi tiempo en el mundo de los vivos pronto expirará, y mi cabeza se aleja más y más de la realidad. Todo se confunde en mi mente y mis recuerdos son muy vagos. No creo que pueda adiestrarte. Además, veo en ti una dura misión que cumplir. Tu tiempo también apremia.
—Es cierto, Maestro. Pero cumpliré mi misión tras obtener la Visión Verdadera. Sólo así me aseguraré que mis actos son totalmente puros. Solamente así sé que no me equivocaré en mis decisiones. Llegué a creer que la Visión Verdadera era una pantomima inventada por los Sumos Sacerdotes, pero ahora sé que es cierto. Ahora sé que es posible. Ahora insistiré más que nunca; concentraré todos mis esfuerzos en ello.
—Entonces debo decirte que estás obrando mal. No puedes apartar tus obligaciones como paladín sólo por querer alcanzar un objetivo personal.
—Pero sólo así podré impartir verdadera justicia.
—Veo un espíritu fuerte en ti, Vallathir, y no dudo en que conseguirás todo lo que desees, pero ten en cuenta que para cuando estés listo, si es que algún día llegas a estarlo, puede que sea demasiado tarde. No debes tener miedo a actuar. Tus acciones serán buenas si tus intenciones son buenas. Los paladines también somos humanos y, por tanto, proclives a cometer errores. No temas cometerlos. Puede que yerres por precipitarte, y de ser así tu dolor será muy grande. Pero te aseguro que si permaneces al margen y luego se desencadena la tragedia, entonces tu dolor será eterno por tu pasividad. Y nada en este mundo podrá repararlo, ni siquiera la obtención de la Virtud Suprema. Ésta es mi primera lección.
Vallathir recibió aquella lección como un niño de la corte que le acaban de enseñar a leer y de repente se da cuenta que puede leer pergaminos y libros que cuentan hechos maravillosos, leyendas, cuentos y otras historias emocionantes. Cada palabra de Aunethar era para Vallathir un nuevo mundo que descubrir. Su voz le abriría paso entre la maleza y le mostraría el camino de luz hacia la Verdad que tantos años había anhelado.
—Sabias son tus palabras, Maestro. Debo acudir a la llamada de mi pueblo. Aquí sólo alargo su agonía. Mañana mismo partiré, pero quisiera que aprovecháramos nuestro tiempo y me aleccionases antes de que mañana nos separe el destino.
—El tiempo apremia, Vallathir, pero Arkalath no quiera que sea mañana cuando se separen nuestros caminos.
—Pero debo partir enseguida, Maestro.
—Lo sé. Os acompañaré.

13. Paladines de Tharl-haord

“La Purificadora de Almas” y la portada del presente libro son obra de Víctor Martínez Martí y se encuentran bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/.

By Víctor Martínez Martí @endegal